viernes, 20 de mayo de 2011

En defensa de la dignidad

E
l pasado domingo miles de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, salieron a la calle en las principales ciudades españolas para mostrar su indignación frente a los poderes económico y político y con respecto a cómo se ha venido gestionando la crisis por las autoridades (in)competentes. Bajo el lema “No somos mercancía”, la plataforma Democracia Real Ya convocó a todos los indignados a mostrar su disconformidad y ello ha derivado en una serie de concentraciones permanentes que constituyen lo que se ha dado en llamar el movimiento 15 de mayo, el cual ya ha suscitado la reacción de las principales fuerzas políticas y de los medios de comunicación. Así, mientras los partidos políticos que dicen ser de izquierdas hacen guiños a los disidentes, la derecha no ha cejado en su empeño por deslegitimar esta iniciativa, y sus medios afines, que en principio se resistieron a hacerse eco de las protestas, han terminado por arremeter contra estos defensores de la dignidad.
            Aunque algunos críticos con el movimiento señalan que las protestas no conducirán a nada, lo cierto es que el asunto ha trascendido las fronteras españolas y ha sido recogido por diversos medios internacionales. Es el caso del diario norteamericano The Washington Post, que habla de “revolución española”. Quizás el término revolución pueda resultar un tanto exagerado, pero desde luego no creo que se pueda decir con fundamento que el movimiento no va a servir para nada. Y es que, de entrada, ha servido para abrir el debate en torno al modelo de democracia que tenemos, el cual, desde el punto de vista de los integrantes del movimiento y de quien suscribe, adolece de graves problemas de legitimidad. Pues si la democracia se basa en el principio de soberanía popular según el cual sólo los ciudadanos tienen la potestad para elaborar las leyes que luego habrán de cumplir, parece claro que nuestro sistema representativo tiene  un serio déficit, ya que no sólo la distancia entre los representantes y los ciudadanos es excesivamente grande, sino que el propio Gobierno reconoce que las leyes que elabora y aprueba después el Parlamento, así como buena parte de las medidas que toma, son en realidad exigencias de los mercados.
            Así las cosas, sobran razones para que nos sintamos indignados. No se trata sólo de que la denominada generación perdida tenga derecho a exigir un futuro. Se trata de que todos los individuos exijamos que se nos reconozca nuestro legítimo derecho a la plena ciudadanía. Ciudadanía que habrá de ser política, con el consiguiente derecho a participar en la vida pública, en la toma de decisiones que nos afectan, pero también económica y social, pues no es posible ejercer los derechos civiles y políticos cuando no se disfruta en las mismas condiciones del acceso a los recursos. Es por ello que si nos tomamos la democracia en serio debemos luchar por la conquista de la efectiva distribución igualitaria de la riqueza y del poder, que, a mi juicio, es en lo que ha de consistir la lucha por la dignidad que los protagonistas del movimiento 15 de mayo defienden.

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