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asaron las elecciones al Parlamento Europeo y la gran vencedora volvió a
ser la abstención, lo que supone un gran fracaso para todas las fuerzas
políticas que se presentaron, lo reconozcan o no. Y es que en el conjunto de la
Unión Europea la participación electoral apenas alcanzó el 43,11 por ciento del
electorado, en España el 45,86 por ciento y en Canarias el 37,74 por ciento.
Con tan escasa participación de los ciudadanos parece claro que cualquiera que
haya sido el resultado del proceso éste adolece de un fuerte déficit de
legitimidad, cuestión ésta que debieran tener en cuenta los partidos políticos
en liza si de verdad les interesa la democracia y no sólo alcanzar las máximas
cuotas posibles en el reparto del poder.
Lo que tan alto grado de
abstención vuelve a poner de relieve es que la ciudadanía desconfía de sus
posibilidades reales de influir en las políticas europeas, por más que éstas
puedan afectarle directamente, mediante el ejercicio de su derecho al voto. Y
puesto que la abstención ha venido siendo protagonista en los procesos
electorales de los últimos años, si bien de manera menos destacada, todo indica
que nos encontramos ante una fuerte crisis de la democracia representativa tal
como ésta ha venido desarrollándose hasta hoy. Empero, ello no quiere decir que
necesariamente quien se abstiene se desentienda de la política ni que no tenga
interés en defender la democracia, pues bien pudiera ocurrir que parte de los
que deciden no acudir a votar lo hagan por no tomarse la molestia de ejercer su
derecho, pero también que muchos de ellos pretendan mostrar así su rechazo no
ya a las fuerzas políticas existentes, que también, sino al propio sistema representativo,
toda vez que éste les sustrae su legítimo derecho a participar directamente en
los procesos de toma de decisiones públicas. Razones políticas pues, más que
apolíticas, para no votar.
Más allá de la abstención,
destaca el auge de los partidos de extrema derecha, ultranacionalistas y
xenófobos, como el Frente Nacional de Marine Lepen, primera fuerza política en
Francia en estas elecciones y caso paradigmático del retorno de lo peor de
Europa. Dicen algunos analistas que en realidad se trata de una nueva forma de
entender la ultraderecha y que el éxito de Lepen se debe a su insistencia no
sólo en las cuestiones identitarias y racistas, sino también a haber defendido
planteamientos sociales propios de los partidos de izquierdas. Nada nuevo bajo
el Sol, pues también los viejos fascismos emplearon esas tácticas y hasta el
partido liderado por el mismísimo Hitler llevaba el apellido de socialista
acompañando al nombre de nacional. Por lo demás, el panorama parlamentario no
cambia demasiado, ya que el Partido Popular Europeo volvió a ganar y
presumiblemente el candidato conservador y gurú de las políticas de la
austeridad, Jean-Claude Juncker, será nombrado presidente de la Comisión
Europea. Y en lo que se refiere a España, igual que en Canarias, lo mejor de
todo fue la derrota del PPSOE y la aparición de nuevas fuerzas políticas con
representación parlamentaria. Entre ellas Podemos, que con tan sólo cinco
escaños ha logrado devolver la ilusión a buena parte de la izquierda
desencantada que habrá de esperar a las generales para ver si se trata de una
opción real o tan sólo de un espejismo pasajero. Mientras tanto, no queda otra
que prepararse para resistir los embates austericidas de Juncker y los suyos.