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ranscurrió la jornada de huelga
general y, como era de esperar, hay disparidad de opiniones en lo que al
porcentaje de trabajadores que la secundaron se refiere: para las organizaciones
sindicales el seguimiento fue masivo y para los empresarios y el Gobierno, que
en esto van de la mano cual matrimonio bien avenido, la jornada de paro
constituye el último fracaso de los sindicatos de clase. Pero si el seguimiento
de la huelga es siempre difícil de determinar, lo que parece incontestable, a
la luz de las multitudinarias manifestaciones de protesta contra la reforma
laboral, es que la ciudadanía no está dispuesta a seguir permitiendo que se
recorten sus derechos sin ni siquiera protestar. Y es que, independientemente
de la utilidad de la huelga para conseguir que el Gobierno dé marcha atrás, la
movilización social bien se puede considerar como un éxito en sí misma, pues lo
que no parece de recibo es que asistamos impasibles al recorte de derechos: el
29 de marzo hubo contestación social, y mucha; los trabajadores que fueron a la
huelga perdieron su jornal, pero ganaron en dignidad.
Pero
por más que podamos considerar un éxito la jornada de protesta, lo cierto es
que algunos trabajadores no acudieron a la convocatoria, y puesto que son sus
derechos los que están en juego, debemos preguntarnos por qué un sector de la
clase trabajadora decide asistir a su puesto de trabajo cuando hay convocada
una huelga general. Las razones seguramente son múltiples y no hay que
descartar, por insolidario que ello resulte, que haya quien no esté dispuesto a
que se le descuente de su nómina ni un solo euro aunque tenga claro que la
reforma laboral supone un claro retroceso social. Tampoco debemos desestimar
que quienes tienen unos salarios miserables sencillamente no se hayan podido
permitir, la economía, siempre la economía, que les descuenten nada a su ya exiguo
sueldo. Y qué decir de los que tienen trabajos temporales, para quienes cada
jornada laboral tiene un valor infinito. Incluso es seguro que algunos de los
que no se sumaron al paro sencillamente piensan que la reforma es necesaria
para crear empleo o, cuando menos, consideran plausibles las razones del
Gobierno. Como también habrá quien no haya secundado la huelga por estar en
contra de los sindicatos mayoritarios, o de los sindicatos en general.
Sea
como fuere, todas estas razones no explican por sí solas que la convocatoria no
fuera más masiva de lo que fue, ni que el seguimiento de la misma sea mayor en
el sector público, el que menos se juega, que en el privado, ni que Canarias,
con más de un 30 por ciento de desempleo y un 27,5 por ciento de pobreza
relativa, sea la comunidad autónoma en la que hubo un menor seguimiento de la
huelga. Lo que nos lleva a pensar que acaso la razón de más peso para explicar
por qué precisamente los trabajadores más vulnerables son los que menos secundan
el paro tenga mucho que ver con la coacción empresarial y el caciquismo aun
existente en estas ultraperiféricas islas. Y es que, por más que tan respetable
sea el derecho a acudir al trabajo como a ejercer la huelga, lo cierto es que
todos sabemos lo que hace el Gobierno para garantizar el derecho a ir a
trabajar de los que no secundan el paro, pero seguimos sin saber qué hace para
proteger a los que quieren ir a la huelga y no pueden por miedo a los piquetes
empresariales, que también existen.
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