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avid Hume, el más representativo y radical de los filósofos empiristas,
llegó a poner en tela de juicio la misma idea de causa arguyendo que, de hecho,
de la relación causal entre dos fenómenos no podemos tener una impresión, pues,
en rigor, lo único que en realidad percibimos son los fenómenos que se suceden,
y cuando esto ocurre muchas veces, tendemos a pensar que el primero es la causa
del segundo, lo cual no sería, según Hume, sino una creencia basada en la
costumbre. De un modo similar, quienes se dedican a la Metodología de las
Ciencias Sociales en la actualidad suelen convenir en que de la mera
correlación de fenómenos no se sigue que haya de darse una relación de
causa-efecto entre ellos. Y algo parecido deben pensar en el Gobierno, así como
en los organismos que toman las decisiones en la Unión Europea y hasta en el
Fondo Monetario Internacional, pues por más que los recortes practicados no
hayan traído sino más paro, menos crecimiento, más deuda y, en definitiva, más
pobreza, todos insisten en que para revertir la situación hay que perseverar en
las políticas de austeridad. Y acaso sea cierto que en términos estrictamente
epistemológicos, si seguimos a Hume, no podamos afirmar que es la política
basada en los recortes la causa del empobrecimiento progresivo, pero no
debiéramos olvidar que el mismo Hume atribuía a la idea de causa un gran valor
pragmático, pues aunque se trate de una creencia basada en la costumbre, ésta
es una idea necesaria para orientarnos en la vida. Y es que hasta el escéptico
Hume estaría de acuerdo en que por más que no podamos tener la certeza de que
si ponemos la mano en el fuego nos quemaremos hasta que lo hagamos, la creencia
en que el fuego causa quemaduras es suficiente para que no acerquemos demasiado
nuestra mano a las llamas.
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