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n más de una
ocasión he señalado que la libertad de expresión es tan importante para las
democracias que el grado en que esta se respete nos sirve, entre otros
factores, para medir la calidad de las mismas. Es por ello que he tratado de
llamar la atención sobre el peligro que corre la salud democrática española
cuando se persigue, incluso desde los tribunales, a personas por considerar que
las letras de sus canciones, sus chistes, sus tuits o, en definitiva, las más
variadas formas de expresión resultan ofensivas para alguien. Es peligroso para
la democracia que el Estado coarte la libertad de expresión, pero aún lo es más
que la ciudadanía no termine de interiorizar que el compromiso con la libertad
de expresión lo es, sobre todo, con el derecho a expresarse de los que piensan
de un modo distinto al propio.
Tanto progresistas como
conservadores, incluso quienes se autodenominan liberales, se están
acostumbrando demasiado a ser muy reivindicativos cuando se condena, o se
intenta condenar, a personas cuyo mensaje sintoniza con su modo de pensar, y,
en cambio, se olvidan demasiado rápido del derecho a la libertad de expresión cuando
se escandalizan ante determinados discursos que quisieran ver censurados. Y es
que en estos tiempos que alguna vez he llamado de dictadura de lo políticamente
correcto y del imperio de la liga de los ofendidos del mundo, urge seguir
escuchando a Orwell, no me cansaré de repetirlo, para quien “la libertad es el
derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. En este sentido, y para
poner un par de ejemplos, que se llegara a juzgar a Willy Toledo por cagarse en
Dios constituye un lamentable ataque a la libertad de expresión, pero resulta
igualmente lamentable la condena del juez que le dedicó un poema, vejatorio
según los tribunales, a la dirigente de Podemos Irene Montero.
Mas no debemos confundir el derecho
a decirle a la gente lo que no quiere oír con el derecho, inexistente, por
supuesto, a faltar a la verdad, tan de moda en la era de la postverdad y las fake news, o a insultar impunemente, que es lo que hace la asociación
Hazte Oír en su última campaña contra el feminismo. Y es que se puede estar en
desacuerdo con las tesis feministas, o con algunas leyes o medidas concretas
que se propongan para alcanzar determinados objetivos, pues el propio feminismo
es plural y, a mi juicio, es bueno que siga siéndolo. Incluso me parece
legítimo que se pretenda reducir la violencia de género a violencia doméstica,
aunque, en mi opinión, se trate de un grave error, toda vez que resulta
innegable la existencia de diversas formas de violencia que se ejercen sobre
las mujeres por el mero hecho de ser mujeres, que es en lo que, en suma,
consiste la violencia de género. Pero que se equipare el feminismo con el
nacionalsocialismo, causante del exterminio de más de seis millones de judíos
por el mero hecho de ser judíos, y se insulte a las feministas llamándolas
feminazis es algo que va más allá de la libertad de expresión, resulta
inaceptable y no debiera quedar impune.
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