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n el momento en
que escribo estas líneas ha habido cinco fallecidos en España a causa del
coronavirus. Es de esperar, ay, que cuando ustedes las lean haya algunos más. A
pesar de que el número de contagiados crece sin parar y lo mismo ocurre con las
víctimas mortales en prácticamente todo el mundo, los gobiernos y las autoridades
sanitarias nacionales e internacionales insisten en llamar a la calma. En ello están
el Gobierno de España y el Gobierno de Canarias, la comunidad autónoma española
en la que se detectó el primer caso de contagio del Covid-19 del país. Y desde
luego no seré yo quien lleve la contraria a las autoridades a este respecto,
pues nada ganamos con dejarnos imbuir por el alarmismo generalizado: la vida,
pese a todo, continúa y no merece la pena vivir con miedo, pues el miedo
atenaza, oprime, resulta alienante, sobre todo si, como dicen las autoridades,
se trata de un miedo infundado.
Ocurre que el miedo es un sentimiento
y los sentimientos son difíciles de gobernar, pues son, por definición,
irracionales. Mas ello no significa que no podamos reflexionar racionalmente
sobre ellos, incluso que podamos deliberar sobre su justificación, es decir,
que nos preguntemos por las razones por las que deberíamos pensar que un
sentimiento es adecuado o no. Desde este punto de vista, entonces, la pregunta
fundamental no es si sentimos miedo al contagio del Covid-19, sino si hay o no
razones que justifiquen ese miedo que, por lo que parece, es ya más bien un
hecho, a la vista de las consecuencias económicas y sociales que está
generando, así como el modo en que ya empieza a afectar al desarrollo de la
vida cotidiana. Y para poder llevar a cabo esa deliberación es fundamental disponer
de información fidedigna, lo que nos lleva, a los profanos en asuntos
sanitarios, a desechar cualquier información que nos pueda llegar a través de
las redes sociales o que nos pueda contar nuestro vecino, compañero de trabajo,
pariente o amigo, pues ya se sabe que son las vías más apropiadas para la
circulación de bulos y eso que ahora llamamos fake news.
Conviene entonces prestar atención a
la información que ofrecen los medios de comunicación convencionales, prensa,
radio y televisión, y, sobre todo, a los expertos y a las autoridades
sanitarias. Y ocurre que cuando uno hace un esfuerzo por informarse
mínimamente, encuentra que acaso no haya razones para el miedo, pero desde
luego tampoco las hay para estar tranquilo. Y es que, aparte de la irresponsabilidad
del sensacionalismo en el que hayan podido incurrir algunos medios de
comunicación que se tienen por serios, lo cierto es que las autoridades
gubernamentales, pese a su reiterado llamamiento a la calma, contribuyen no
poco a la expansión del miedo al adoptar unas medidas que contradicen su
discurso: si se trata de un virus con una tasa de mortandad del tres por ciento
aproximadamente, que afecta letalmente sobre todo a las personas mayores con
patologías previas, como ocurre con otras enfermedades, ¿a qué viene entonces
aplicar medidas tan drásticas como, por poner un ejemplo, confinar a 1000
personas en un hotel?
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