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a desinformación
es uno de los grandes problemas a los que las democracias contemporáneas deben
hacer frente. Así lo entienden en la Unión Europea y así lo entienden también
en España. De ahí que el Gobierno trate de poner freno a la ingente cantidad de
bulos y fake news que corren por el
universo virtual y que tienen nefastas consecuencias en el mundo real. La
iniciativa del Gobierno, aun contando con el visto bueno de la UE, ha hecho que
la derecha española, la política y la mediática, tan dada a tirarse de los
pelos últimamente, haya puesto el grito en el cielo y haya acusado a los
socialcomunistas, que es como la derecha llama a la coalición que gobierna, de
querer montar algo así como el Ministerio de la Verdad, expresión tomada de 1984, la célebre obra de George Orwell.
Resulta
cuando menos irónica la apelación a Orwell por parte de los nostálgicos del
franquismo, pues si bien es cierto que el autor británico fue un crítico mordaz
del estalinismo y de toda suerte de comunismo autoritario, también lo es que
tal crítica la hizo desde la izquierda; no en vano, Orwell participó en la
Guerra Civil española luchando contra el fascismo en las filas del POUM, el
Partido Obrero de Unificación Marxista. Y si entre sus obras se encuentran la
ya mencionada 1984 o Rebelión en la granja, de lectura
obligatoria para los que sientan la más mínima añoranza del Muro de Berlín, no
podemos olvidar Homenaje a Cataluña,
que en los años 90 inspiraría el largometraje Tierra y libertad del también británico Ken Loach, un director de
cine que es bien conocido por su izquierdismo y el compromiso social de sus
películas. En ese libro, Orwell narra su experiencia en la Guerra Civil
española, su lucha contra el fascismo, pero también denuncia la persecución que
anarquistas y socialistas libertarios, así como trotskistas, sufrieron por
parte del estalinismo hegemónico en el bando republicano.
Orwell
fue un defensor a ultranza de la libertad del individuo, lo cual no es ni mucho
menos incompatible con la izquierda, al menos no con la izquierda libertaria en
la que él mismo militó y la única que, a mi juicio, merece la pena seguir
defendiendo. En consonancia con su vindicación de la libertad está la defensa
del derecho a la información y a la libertad de expresión que con tanto ahínco
cultivó. Se trata, qué duda cabe, de derechos fundamentales sin los cuales no
es posible la democracia. La censura es el más claro ataque a esos derechos,
pero, no seamos cándidos, también la sobreinformación y, sobre todo, la infoxicación, el flujo continuo e
ingente de fake news por los más
diversos canales, ponen en riesgo la libertad individual. La información veraz
ha de moverse entre esos dos polos, pero resultaría igualmente ingenuo pensar
que el Gobierno, cualquier gobierno, nos librará de las noticias falsas sin
incurrir en la censura. Y es que frente a la desinformación la mejor arma sigue
siendo el argumento. Y así las cosas, qué quieren que les diga, mejor infoxicado que censurado.
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