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adie echará de
menos a 2020, pero, a buen seguro, todos lo recordaremos. Son muchos los
adjetivos con los que podemos calificar al año que acaba de irse y casi ninguno
lo deja bien parado, pero si he de elegir uno, me quedo con extraño: este ha
sido un año extraño marcado por la irrupción de un virus aún más extraño. Un
virus tan extraño que hasta nos ha sido difícil distinguir su nombre de la
enfermedad que genera. Y es que cuando todos lo llamábamos Covid-19, nos
dijeron que no, que Covid es el nombre de la enfermedad, que el virus, el
coronavirus, se llama SARS-CoV-2. Hasta la Real Academia Española (RAE) se puso
manos a la obra, con una diligencia que asombra, para poner orden y señalar la
manera correcta de referirnos a esta funesta enfermedad: COVID es su nombre
correcto en español o COVID-19, según la RAE, y en ambos casos es tanto
masculino como femenino. Eso sí, todo con mayúsculas, nada de las irreverentes
minúsculas que usábamos hasta ahora, que el COVID, o la COVID, no es una gripe
cualquiera.
Habrá quien piense que todo esto es
una estupidez, que da lo mismo cómo denominemos a la enfermedad, que se trata
solo de palabras, como si estas carecieran de importancia. Y ciertamente no le
falta razón, pues a quien se ha infectado con la nueva peste del siglo XXI, no
digamos ya si la infección ha conllevado un padecimiento grave, poco le importa
cómo escribamos el nombre de la enfermedad o el del virus que se la ha
provocado. Qué decir de los familiares y seres queridos de los más de 50.000
muertos oficiales que en España ha habido a causa de la COVID desde que empezó
la pandemia… Pero si es importante, y los medios de comunicación nos lo
recuerdan todos los días, cuál es la causa de la muerte cuando se trata de
COVID (de la causa del resto de los fallecimientos que se producen cada día no
nos enteramos), entonces conviene aclararnos con la terminología, pues mientras
más clara y comprensible sea, mayor será también la comprensión que tengamos de
lo que está aconteciendo.
Y es que las palabras son
importantes, pues en buena medida son las que nos constituyen como seres
humanos. Ya lo decía Aristóteles en la Política:
“Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra… la palabra existe para
manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto
es lo propio de los humanos frente a los demás animales”. En efecto, el hombre
es el “ser racional”, así lo define la RAE, y lo es gracias al lenguaje, a las
palabras. Así lo ha mostrado Ernst Tugendhat, uno de los grandes filósofos
vivos a nivel mundial, quien afirma que la racionalidad humana tiene una
estructura lingüística. Ello no quiere decir que todo el pensamiento tenga que
ser lingüístico, pero es el lenguaje el que nos permite deliberar, preguntarnos
por las razones que justifican nuestras creencias acerca de la realidad o el
comportamiento adecuado. Es el lenguaje, pues, el que nos hace humanos, de ahí
la conveniencia de cuidar el lenguaje, pues al cuidar las palabras, nos
cuidamos a nosotros mismos.
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