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ecientemente comentaba el hecho de que la ciudadanía se halle cada vez más
lejos de la denominada, a su pesar, clase política, por mor de los continuos
casos de corrupción que afectan a las élites de los grandes partidos y, sobre
todo, a causa del deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos. Sin
embargo, y por más que debamos considerar la corrupción como algo estructural
en las democracias contemporáneas, ello no debe confundirse ni con el
alejamiento de los ciudadanos de la
política ni con el rechazo de la democracia, pues ni la primera ha de
identificarse con la clase política ni la segunda con el modelo de democracia
liberal representativa del que disponemos, cuya asociación con el capitalismo,
por lo demás contradictoria, es el origen de la corrupción estructural que
padecemos casi todos y de la que disfrutan unos cuantos.
A pesar de que muchos
desengañados pretendan renegar de la política cuando dicen no ser ni de
derechas ni de izquierdas o se tildan a sí mismos de apolíticos, tengo para mí
que la cuestión no es tan sencilla, puesto que si entendemos la política como
la actividad mediante la cual los seres humanos regulan y organizan la cosa
pública, difícilmente a alguien le dé igual cómo se organice la sociedad en la
que vive, pues de ello depende su propia forma de vida. Parafraseando al
filósofo José Luis L. Aranguren, quien señalara con acierto que el ser humano
puede ser moral o inmoral, pero en ningún caso podría se amoral, pues la
libertad inherente a su naturaleza lo hace ser constitutivamente moral, podemos
nosotros decir ahora que en ningún caso se puede ser apolítico, pues al individuo,
en tanto que ser social, en tanto que zoon
politikon, no le pueden resultar indiferentes los asuntos de la polis, pues él mismo es miembro de la sociedad,
por lo que los asuntos de la misma son sus propios asuntos.
Cosa distinta es que se
reniegue de los partidos o de la clase política, pero ello no convierte a nadie
en apolítico, puesto que tal rechazo es ya de suyo una decisión política. Y la
abominación de marras tampoco ha de confundirse con el denuesto de la
democracia, pues si la democracia tal como la conocemos hoy es estructuralmente
corrupta, ello no debe llevarnos a abogar por ninguna suerte de totalitarismo, ya
que los regímenes totalitarios constituyen la corrupción en sí misma toda vez
que por definición atentan contra la dignidad de las personas. Antes al
contrario, de lo que se trataría ahora es de defender la democracia buscando
formas más genuinas, lo que sin duda pasa por la instauración de mecanismos
horizontales en los procesos de toma de decisiones públicas, para que los
individuos sean verdaderamente ciudadanos y se tornen en los auténticos
protagonistas de la política, así como por una distribución igualitaria de la
riqueza. Y es que la democracia consiste en el autogobierno de los ciudadanos y
ello no es posible cuando unos son ricos y otros son pobres.
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