jueves, 4 de abril de 2013

De la ficción a la realidad y vuelta


R
econozco que siempre me han gustado las películas de gangsters. Desde las antiguas en blanco y negro, hasta las más modernas, como las geniales Uno de los nuestros o Casino, donde Martin Scorsese muestra la violencia de las bandas mafiosas en toda su crudeza. Mas entre todas las películas del género, me quedo con la trilogía de El Padrino, a pesar de que -o acaso precisamente por ello- en estos filmes el magistral Francis Ford Coppola presenta a los despiadados mafiosos de tal manera que le hace sentir a uno empatía hacia ellos, hasta el punto de que los crímenes cometidos por la familia Corleone parecen menos inicuos que los perpetrados por las bandas rivales. La música, la atmósfera que rodea a los personajes y, en definitiva, la forma en la que se representa la inmensidad del poder de los capos supongo que es otro de los atractivos. ¿Quién no ha fantaseado alguna vez con ser el gran Michael Corleone a quien da vida de un modo soberbio Al Pacino?
            Mas si hoy traigo a colación este tema no es para hablar de lo que se ha dado en llamar la erótica del poder ni para explayarme sobre mis gustos cinematográficos, sino porque en esas películas Coppola no sólo nos sumerge más o menos románticamente en el universo de la mafia italoamericana, sino que también pone de relieve las conexiones entre ésta y otras esferas del poder, como la política, la empresarial o la religiosa. Y aunque Coppola no muestra nada que no se supiera antes, recuerdo que  cuando vi cada una de estas películas por primera vez, me imaginé que la realidad debía de ser similar, un complejo entramado de relaciones de poder donde no se sabía muy bien quién era quién: políticos, empresarios, clérigos, mafiosos… En un rápido viaje de la ficción a la realidad, los gangsters habían dejado de ser esos tipos con traje de rayas y típica pinta de gangsters de las viejas películas para esconderse tras la máscara del respetable hombre de negocios, la perenne sonrisa del servidor público o la sotana del siervo de Dios.
            Hace unos días, sin embargo, al observar las fotos publicadas por el periódico El País en las que aparece el actual presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, junto al narcotraficante Marcial Dorado en el yate de éste, me ocurrió justo lo contrario que al ver las películas de El Padrino. Allí estaban, hace casi 20 años, el político gallego, entonces alto cargo en el área de Sanidad, y el contrabandista, a la sazón dedicado al tráfico ilegal de tabaco, en meiba, gozando de un paseo en barco, bañándose en las aguas de la ría de Vigo, disfrutando de un insólito día soleado bajo el cielo de Galicia y rápidamente, casi sin darme cuenta, viajé de la realidad a la ficción, de la realidad del yate de Marcial Dorado a la ficción de las películas de Coppola.

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