os últimos informes de la Organización de Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) bien podrían haber sido escritos por
Valle-Inclán o Groucho Marx. No sé cuánto cobrarán los autores de los informes
de marras, mas todo lo que cobren será poco, porque los objetivos de la FAO no
los cumplirán, pero como agentes dinamizadores (para emplear una expresión al
uso) de la opinión pública son inmejorables. Y es que al esperpento de
recomendar el consumo de insectos para paliar el hambre en el mundo, suman
ahora la invitación a consumir medusas. No tengo nada en contra de que quien
quiera coma aguavivas, y hasta reconozco que, tras las invasiones que hemos
sufrido en estas ultraperiféricas islas en los últimos tiempos, estaría bien
que les pudiésemos sacar algún provecho. Tampoco me parece mal que quien lo
desee coma insectos y sé que hay lugares del mundo donde en su dieta habitual
la gente consume esas clases de alimentos, lo cual, como no puede ser de otra
manera, me parece absolutamente respetable. Pero lo indignante de este asunto
es que detrás de la recomendación de la FAO se halla la premisa implícita de
que la principal causa del hambre en el mundo es la falta de comida (de ahí la
búsqueda de dietas alternativas), cuando lo cierto es que la humanidad hace ya
tiempo que superó el problema de la producción y es bien sabido que el hambre
en el mundo, la pobreza en general, nada tiene que ver con la producción sino
con la mala, tremendamente injusta, distribución. Así que haría bien la FAO en
proponer alternativas, pero no tanto a la producción y el consumo de alimentos,
sino a la distribución de los mismos.
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