miércoles, 12 de junio de 2013

La tentación del Jardín

D
esde que empezara la crisis, allá por el año 2007, la situación no ha hecho sino empeorar. Más allá de los brotes verdes del gobierno de ZP, o de las razones que Mariano Rajoy encuentra para la esperanza y la reafirmación de la política económica del gobierno que preside, lo cierto es que, aun con 100.000 desempleados menos en el mes de mayo, los datos siguen siendo desoladores: 4.890.928 parados registrados, 6.202.700, según la última Encuesta de Población Activa, ya veremos qué dice la próxima; incremento de la desigualdad y de la pobreza, que alcanza ya no sólo a los desempleados sino también a personas que sí tienen trabajo; miles de desahuciados; instituciones benéficas desbordadas; comedores escolares que en realidad son comedores sociales; deterioro palpable de la sanidad y de la educación… Todos estos datos, y aún más, aliñados encima con los casos de corrupción que nos llegan un día sí y otro también, resultan imposibles de digerir sin que, como mínimo, vayan generando en la población un desánimo cada vez mayor y más generalizado.
            Tras la indignación inicial el pesimismo nos ha invadido y lo peor de todo es que sabemos que no se trata de un estado de ánimo subjetivo, sino que hay razones objetivas para la pesadumbre, pues todo apunta a que la situación seguirá empeorando. La vida se ha vuelto tan horrible que muchos han optado por marcharse, en busca de un lugar donde se les ofrezcan las oportunidades que en su tierra no tienen. Ya ven, España, y Canarias, que hasta el otro día despreciaban a los inmigrantes con las ínfulas propias de los nuevos ricos, hoy vuelven a ser lo que siempre fueron: tierra de miseria y mezquindad, de hambre y de explotación, de emigrantes que han de buscar fuera el pan que aquí se les niega. Y no se van sólo los jóvenes universitarios, también se están marchando personas de más de 40 años, que de la noche a la mañana se han visto sin trabajo y sin posibilidad de conseguirlo.

            Los que aún seguimos aquí, resistiendo, alguna vez hemos pensado también en mandarnos a mudar. Si no al extranjero, posibilidad nunca descartada por completo, al menos hemos sentido el deseo de romper con todo, de apearnos de esta sociedad putrefacta, de tirarnos al monte y llevar una vida de retiro, alejada de la podredumbre. En cierto modo eso es lo que hizo Epicuro de Samos, en el siglo IV antes de Cristo, cuando fundó en las afueras de Atenas una escuela que sería conocida como el Jardín, donde promovía una vida apartada de la vida pública, pues la política es, a juicio de Epicuro, una actividad innatural y perturbadora. Mas aunque alguna vez hayamos sentido la tentación del Jardín, lo cierto es que nosotros, ay, no tenemos un jardín al que retirarnos, así que no nos queda otra que seguir aquí, en la polis, y procurar que el pesimismo retorne a indignación, y que ésta nos dé la energía suficiente para seguir luchando contra la injusticia, siquiera sea con la fuerza de la palabra, que en definitiva es en lo que consiste la lucha por la vida. 

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