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xiste todavía una España reaccionaria y arrogante que se pasea por el mundo
como si aún existiera aquel temible imperio donde nunca se ponía el sol. Es la
España del “ y tú por qué no te callas” espetado por el rey a Hugo Chávez, a la
sazón presidente electo de Venezuela, o la que se expresaba por la boca del
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando éste señalara que gracias a su
presión los europeos habían tenido que concedernos lo que él denominó
eufemísticamente línea de crédito y no rescate, o, sin ir más lejos, la que se
apresuró a celebrar antes de tiempo la elección de Madrid como sede de los
Juegos de 2020 y no tardó en tachar de corruptos a los miembros del Comité
Olímpico Internacional por haber elegido a Tokio. Se trata de una España
intolerante que se cree la guardiana de la pureza de la esencia patria, una
España que muchos creían moribunda y que sin embargo ahí está, con una salud (y
mano) de hierro, la misma que hace oídos sordos a la gran masa social que ayer
se manifestó en Cataluña y prefiere escuchar a esa “mayoría silenciosa”. Pero
existe también otra España, plural, moderna y verdaderamente demócrata, que
esperemos que pueda erigirse en interlocutora de los catalanes,
independentistas o no, para que impere el sentido común, el diálogo racional y
el respeto a la voluntad de los ciudadanos.
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