miércoles, 2 de octubre de 2013

Despotismo democrático

P
or paradójico que resulte, las democracias representativas que conocemos son muy poco democráticas, pues si la democracia ha de consistir en el autogobierno de los ciudadanos, nos digan los políticos lo que nos digan, cada día parece más claro que aquí los únicos que se autogobiernan son los mercados, eufemismo con el que en los últimos años nos referimos a eso que antes, ortodoxias marxistas aparte, llamábamos el capital. Y es que no parece que haya forma de que los dirigentes políticos escuchen a los ciudadanos a la hora de gobernar, por más que desde algunos sectores mediáticos se insista en que los líderes de todos los países democráticos del mundo son rehenes de la opinión pública, pues sólo tienen oídos para la voz de los grandes capitales que es la única que suena.
            Decía Kant que si atendemos al modo en que el Estado ejerce el poder sólo existen dos formas de gobierno: la republicana, que respeta la libertad de los ciudadanos, y la despótica, que no lo hace. Hoy vivimos instalados en una suerte de despotismo democrático, toda vez que los gobiernos son elegidos democráticamente pero ejercen el poder de manera despótica, es decir, sin tener en cuenta la voluntad de los individuos a los que gobiernan. Buen ejemplo de lo que estamos diciendo lo constituye la forma en la que Mariano Rajoy y sus muy moderados ministros gobiernan en España, quienes imponen sus decisiones apoyándose en la mayoría absoluta de la que goza el PP en el Congreso de los Diputados, en un alarde de despotismo democrático inaceptable.
            En efecto, el Gobierno desoye sistemáticamente las demandas sociales de amplios sectores de la población apelando, como viene siendo norma del PP allí donde gobierna, a una fantasmagórica mayoría silenciosa que es la que, en última instancia, vendría a legitimar sus políticas antisociales. Y es que, por más que la existencia de la mayoría silenciosa de marras se nos antoje harto dudosa, en el PP están plenamente convencidos de que existe y ofrecen como prueba los votos, convertidos así en una suerte de argumento ontológico, con los que obtuvieron una aplastante mayoría en las últimas elecciones generales. Pero sucede que si analizamos los resultados electorales, lo que se comprueba es que, en realidad, la aplastante mayoría del PP no lo fue tanto. Ciertamente, el partido que hoy gobierna fue el más votado pero obtuvo menos de la mitad de los votos. Si además tenemos en cuenta el número de ciudadanos que no votaron y los votos nulos, intencionados o no, sólo podemos concluir, porque las matemáticas no fallan, que la mayoría absoluta del PP en el Congreso se sustenta en una minoría de ciudadanos, que será todo lo amplia que se quiera, pero es una minoría al fin y al cabo. Mas aunque realmente el Partido Popular hubiera sido elegido por la mayoría de los ciudadanos, tampoco podría gobernar de espaldas a la ciudadanía, votantes suyos o no, sin incurrir en el tan execrable como extendido despotismo democrático.

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