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ste otoño han muerto dos iconos de la música del siglo XX: el transgresor
Lou Reed y el castizo Manolo Escobar. Puede afirmarse que ambos pertenecían,
biológicamente, a la misma generación, o casi, pues el español era apenas once
años mayor que el norteamericano. Sin embargo, uno y otro representan dos
cosmovisiones radicalmente opuestas. Lou Reed es el estandarte de la
transgresión y en la España de los setenta simbolizó la ruptura con el
franquismo y la entrada en la modernidad; Manolo Escobar, en cambio, aparecía
como uno de los últimos vestigios de una España caduca y represiva. Por
supuesto que ni uno ni otro escogieron ese rol, pero los jóvenes españoles de
entonces vieron en el rockero el símbolo de la libertad y en el coplista una de las estampas musicales de la segunda
etapa de la dictadura. Los dos han muerto este otoño y los dos han sido
llorados y homenajeados en los medios de comunicación, mas tengo para mí que
por más respeto, incluso veneración, que pueda infundir la figura de Manolo
Escobar, ya casi nadie, salvo los nostálgicos de los años grises, quiere
retornar a aquella España en la que cosechó sus mayores éxitos. El espíritu
transgresor de Lou Reed, sin embargo, hoy, como ayer, sigue siendo
absolutamente necesario.
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