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uando el pasado mes de marzo Cáritas alertaba, una vez más, del incremento
de la pobreza y la desigualdad en España, el nunca bien ponderado ministro de
Hacienda, Cristóbal Montoro, se apresuró a señalar que los informes que la
organización de marras presenta periódica y sistemáticamente no se corresponden
con la realidad. El documento presentado por Cáritas se centraba entonces en la
pobreza en la infancia y en él se afirmaba que España tiene el infausto honor
de ser el segundo país de la Unión Europea con una mayor tasa de pobreza
infantil. Y hete aquí que, para la desgracia de Montoro, tras el informe de
Cáritas han venido sucediéndose las publicaciones de otros similares que
reflejan datos igualmente similares. Incluso desde el propio Instituto Nacional
de Estadística (INE) se han empeñado en contradecir al ministro.
Entre las causas de la
pobreza en España, obviamente, se halla el altísimo índice de desempleo, pues el
trabajo es el único medio del que disponemos la inmensa mayoría de los seres
humanos para obtener los recursos económicos necesarios para llevar a cabo una
vida digna, amén de los sectores de la población que por razones morales no
deben trabajar, como es el caso de los niños y nuestros mayores, trabajadores
potenciales los primeros y extrabajadores los segundos, en cualquier caso. Sin
embargo, la falta de empleo no es la única causa de la pobreza, pues en España,
según los datos publicados por el INE hace unos días, el 12 por ciento de los
trabajadores que disponen de empleo cobran un sueldo igual o inferior al
salario mínimo interprofesional, lo que hablando en plata significa que el
hecho de tener empleo no es garantía de dejar de ser pobre.
La pobreza constituye en
sí misma un atentado contra la dignidad humana y, por ende, es una de las más
atroces formas de violencia que debiera combatir un país como España que se
define a sí mismo como un “Estado social y democrático de Derecho, que propugna
como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia,
la igualdad y el pluralismo político”, tal como reza el primer artículo de la
Constitución, la misma que el Gobierno defiende con tanto ahínco en según qué
casos. Y la lucha contra la pobreza, que no contra los pobres, habrá de
comenzar por la erradicación de los salarios de miseria y la distribución,
mucho más importante que la creación, del empleo, para que todos tengamos
acceso al trabajo y que éste sea realmente un medio para vivir con dignidad.
Salarios dignos y reducción de la jornada laboral resultan indispensables para
combatir la pobreza y avanzar en la construcción de una sociedad más justa, así
como poner límites a la riqueza, pues la riqueza de unos pocos es la pobreza de
muchos y, no está demás que lo recordemos, también la sacrosanta Constitución,
en el artículo 128.1, establece: “Toda la riqueza del país en sus distintas
formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”. Y
digo yo que la erradicación de la pobreza y el derecho a desarrollar una vida
digna bien puede ser considerado un asunto de interés general.
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