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ubo un tiempo en el que durante el verano los periodistas que no estaban de
vacaciones tenían verdaderos problemas para encontrar hechos noticiables con
los que dotar de contenidos informativos a los distintos medios de comunicación
en los que trabajaban. De ahí que en los meses estivales en los periódicos y
otros medios abundaran las entrevistas y reportajes ligeros, frescos, propios
para el verano, como gusta decir a los profesionales de la prensa. Sin embargo,
parece ser que ese tiempo se ha acabado. Al menos eso es lo que indica este
último verano que ya toca a su fin, en el que las noticias, ¡ay!, han
proliferado. Y no se extrañen ustedes de mi lamento, pues sabido es que los
acontecimientos dignos de ser publicados en los medios de comunicación no suelen
ser buenos.
En efecto, la barbarie no
ha dado tregua ni siquiera en verano. Tan sólo en lo que a conflictos bélicos
se refiere, en estos meses hemos tenido que estar al tanto de demasiados.
Siempre son demasiados. La expansión del Estado Islámico en Siria e Irak, la
obscenidad de Gaza o la guerra -o lo que quiera que sea- de Ucrania son algunas
muestras de la capacidad humana para hacer positiva, directamente, el mal. Una
capacidad que tiene su aspecto negativo en la incapacidad, igual de inmensa,
para hacer el bien, como ha quedado reflejado en la insolidaridad occidental
ante la expansión del virus del Ébola en África. Mientras los que mueran sigan
siendo africanos no parece importarle a nadie. Como a nadie parece importarle
las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que se comenten a lo largo
y ancho del mundo, tal como no se ha cansado de denunciar Navi Pillay, quien
hasta agosto fuera la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos.
Tampoco el patio interior
ha estado escaso de malas noticias durante este verano. Desde los casos de
corrupción, con la incorporación estelar de Jordi Pujol, padre de la patria
catalana que no sólo es un defraudador confeso sino que hasta que lo trincaron tenía
la desfachatez de presidir una fundación con su propio nombre donde se dedicaba
a hablar de ética y de valores, a la crisis social que padece España, que no
afloja ni en verano, por más que la economía, según el Gobierno, se esté
recuperando. Y es que los números macroeconómicos habrán mejorado, pero los
pobres siguen siendo pobres y cada vez son más. La pobreza, ya saben, no se va
de vacaciones. Y Canarias no es ninguna excepción. En las Islas la miseria y el
paro siguen pegando duro, pese a que el número de turistas no pare de aumentar
y la economía crezca a un ritmo superior a la media. Lo de siempre, unos los
beneficios y los demás los sacrificios. Como con el petróleo que se nos viene
encima del que ya hablaremos. Y para colmo, la vuelta al cole con la ley Wert,
un auténtico atentado contra la igualdad que todos dicen defender. ¡Menudo
verano hemos tenido y qué curso nos espera!
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