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l pasado jueves se celebró, como cada 11 de septiembre, la Diada en
Cataluña, con un nivel de participación espectacular, a pesar de los casos de
corrupción que rodean a parte del nacionalismo catalán y el interés de la
derecha española en vincular una cosa y otra. Ya decíamos hace unos días que
uno de los hechos noticiables acaecidos este verano ha sido el descubrimiento
de que el otrora honorable Jordi Pujol, pretendido padre de la patria catalana,
es un chorizo, o una butifarra si se prefiere, pero un corrupto al fin. Hablo
de descubrimiento porque la mayor parte de nosotros desconocíamos esa faceta
pujoliana que, por lo visto, es cosa de familia. Claro que siempre aparecen los
que, a posteriori, por supuesto, ya
lo intuían. Pero los que verdaderamente me llaman la atención son quienes, pese
a la confesión hecha por el propio Pujol, siguen clamando la inocencia del gran
hombre del nacionalismo catalán.
Tal es el caso de uno de
nuestros más famosos pluriasalariados, que no pluriempleados, Felipe González,
quien niega la mayor y se empeña en afirmar la inocencia de Pujol. Y es que al
decir de González, el bueno de Jordi no sólo no es corrupto sino que es casi un
santo, pues se inculpa a sí mismo para proteger a sus hijos. ¡Qué conmovedor! González,
con la lucidez que le caracteriza, considera la confesión poco creíble porque, se
plantea, quién en Cataluña iba a entregar toda su herencia a uno solo de sus
hijos sin dejar nada para su hermana. Un argumento de lo más sólido que en
adelante habrá que incluir en los manuales de Lógica. Silogismo felipélico, podríamos llamarlo. Claro que la hermana del
ex honorable no las tiene todas consigo y lo primero que hizo al enterarse de
la herencia millonaria en el extranjero es preguntarle públicamente a Jordi:
“¿Pero de qué herencia hablas?”, imaginamos que más preocupada por lo que su
querido hermano le ha robado a ella que por lo que ha defraudado a Hacienda.
También pudiera suceder
que la antes secreta y ahora famosa herencia millonaria sea una invención y que
el dinero de las cuentas de Andorra tuviera otro origen distinto, acaso ilegal,
lo cual, para desgracia de González, no haría sino agravar la situación de
Jordi Pujol. Algo así es lo que insinuó el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro,
en el Congreso de los Diputados, al señalar que no se podía descartar que se
hayan cometido uno o varios delitos. Pero Montoro, que también tiene una lógica
muy peculiar, fue bastante más lejos y aprovechó el escándalo del caso Pujol
para arremeter contra el nacionalismo catalán. “No deja de ser significativo
que se haya convertido, además, de repente, en un adalid del independentismo,
radicalizando discursos políticos y sacando partido personal”, dijo Montoro
refiriéndose al ex president. Unas
declaraciones de lo más desafortunadas porque incitan a pensar, invirtiendo la
argumentación, por qué ahora que el independentismo catalán tiene más fuerza
que nunca es cuando salen a la luz las corruptelas pujolianas y no, por
ejemplo, en los tiempos en que Aznar, que hablaba catalán en la intimidad, fue
presidente del Gobierno. Porque si grave es que Jordi Pujol se haya revelado un
corrupto, más grave aún sería si nos llegáramos a enterar de que durante años se
hizo la vista gorda por conveniencia política. Mas como quiera que sea, a
Montoro parece haberle salido el tiro por la culata, al menos a la luz de los
cientos de miles de personas que participaron en la Diada, que es posible que
no sean todos independentistas, pero cuesta creer que no estén todos a favor
del derecho a decidir, a pesar de Pujol.
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