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stá claro que en España casi nadie es, ideológicamente, quien dice ser. Ni
siquiera entre los nuevos partidos. Ahí tenemos a Podemos, que afirma no ser ni
de derechas ni de izquierdas, como proclamaban los indignados del 15-M, cuando
son claramente identificables con la izquierda tanto si atendemos a sus
propuestas como si nos fijamos en la procedencia de sus líderes y militantes. Lo
mismo sucede con Ciudadanos, que también presume de no ser ni de derechas ni de
izquierdas, aunque en este caso no se trata tanto de situarse más allá de las
ideologías sino de ocupar el centro ideológico. Un centro ideológico bien
escorado hacia la derecha, claro está, y en el que cabe gente procedente de la
mismísima Falange. ¡Menudo centro!
El fenómeno no es nuevo y,
por supuesto, afecta también a los viejos partidos: Izquierda Unida gira en
torno al Partido Comunista y, sin embargo, hace ya tiempo que renunció a la
revolución social, de suerte que sus propuestas son las propias de la socialdemocracia;
en el PSOE, que desde que renegaron del marxismo se declaran socialdemócratas,
sostienen un discurso más afín al liberalismo, siquiera sea de corte
igualitario, que al socialismo democrático; los partidos nacionalistas, por su
parte, tampoco han sido nunca muy claros en lo que se refiere a sus
aspiraciones nacionales, sobre todo en lo que respecta a Canarias; y en el
Partido Popular, por más que presuman de liberales y hasta de ser un partido de
centro reformista cuando Aznar era su presidente, lo cierto es que el
liberalismo que dicen defender muchas veces brilla por su ausencia dejando a la
luz el rancio conservadurismo de sus esencias.
Buen ejemplo de esto último
son las distintas leyes que el Gobierno ha promulgado, desde la nonata ley del
aborto del exministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón, hasta la ley mordaza
que ya estamos padeciendo por obra y gracia del ministro del Interior, Jorge
Fernández Díaz, o la funesta ley Wert de educación, la Lomce, que tan
pretenciosa como falsariamente dice, desde su propio título, promover la mejora
de la calidad educativa. Mas el último escándalo que revela el escaso apego del
PP a los principios liberales lo ha protagonizado el actual ministro de
Justicia, Rafael Catalá, quien recientemente se mostró partidario de sancionar
a los medios de comunicación que difundan información sobre casos que se hallen
bajo secreto de sumario. Un ataque en toda regla a la libertad de expresión y
al derecho a la información que, no lo olvidemos, más allá de formar parte de
los principios definitorios de la mejor tradición liberal, son derechos humanos
fundamentales y constituyen algunos de los pilares sobre los que debe
sustentarse cualquier democracia digna de ese nombre.
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