sábado, 5 de septiembre de 2015

La dignidad en juego

E
l maltrato a los exiliados sirios por parte de las instituciones europeas nos lleva a reflexionar, una vez más, sobre la pretensión de validez universal de los derechos humanos. Una de las críticas más radicales que se han hecho a los derechos humanos es la que consiste en señalar que se trata en realidad de un producto cultural de Occidente que se pretende imponer al resto del mundo, de manera que quienes abogan por la universalidad de tales derechos vendrían a practicar, consciente o inconscientemente, una suerte de etnocentrismo soterrado con el pretexto de reivindicar el valor supremo de la dignidad humana. Tal afirmación ha tenido buena acogida entre relativistas y postmodernos, siempre prestos a negar la existencia de valores de validez universal, quienes no dudan en defender el derecho del otro a mantener sus diferencias culturales, incluso el derecho no ya a ser reconocido como un igual sino precisamente como otro.
           El éxito de semejante crítica en determinados círculos no se debe tanto a su sofisticada argumentación sino más bien a los abusos de las potencias occidentales sobre los pueblos del otrora llamado Tercer Mundo. La negación de todo lo occidental, incluyendo el valor de la democracia y de los derechos humanos, vendría a ser la reacción a décadas, y hasta siglos, de explotación, pues desde el colonialismo clásico hasta el neocolonialismo y, en los últimos años, la globalización, Occidente se ha relacionado con el resto de la humanidad más al modo en que lo hacen el amo y el esclavo que como habrían de hacerlo seres humanos libres e iguales. Mas todo ello no restaría validez a los derechos humanos toda vez que cuando se reivindica el derecho a la diferencia se apela al derecho a vivir según el propio proyecto vital, es decir, a elegir libremente cómo se quiere vivir, que es precisamente lo que tratan de proteger los derechos humanos, cuya razón de ser no es otra que dar cobertura jurídica a las exigencias morales de libertad, igualdad y, en definitiva, dignidad.
              Los derechos humanos y los valores que los inspiran, ciertamente, tienen su origen en la Ilustración, un fenómeno cultural claramente occidental, mas ello, como se ha visto, no les resta un ápice de validez. Mucho más pertinente resulta pues otra crítica, la que apunta al hecho de que en la práctica los derechos humanos no se aplican, por más que esta segunda objeción no diga nada en contra de la validez de estos derechos fundamentales sino que se dirige más bien a las instituciones que debieran garantizar el respeto a los mismos. Y es que no basta con el reconocimiento formal de los derechos humanos: es necesaria su aplicación efectiva. Es por ello que las instituciones europeas han de estar a la altura ante el éxodo de los sirios que llegan a Europa huyendo de la guerra. Porque el derecho al asilo es uno de esos derechos fundamentales, debemos dar refugio a esos seres humanos que tratan de escapar de la barbarie. Porque lo que está en juego es la dignidad: la de ellos y la nuestra. 

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