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l maltrato a los exiliados sirios por parte de las instituciones europeas
nos lleva a reflexionar, una vez más, sobre la pretensión de validez universal
de los derechos humanos. Una de las críticas más radicales que se han hecho a
los derechos humanos es la que consiste en señalar que se trata en realidad de
un producto cultural de Occidente que se pretende imponer al resto del mundo,
de manera que quienes abogan por la universalidad de tales derechos vendrían a
practicar, consciente o inconscientemente, una suerte de etnocentrismo
soterrado con el pretexto de reivindicar el valor supremo de la dignidad
humana. Tal afirmación ha tenido buena acogida entre relativistas y
postmodernos, siempre prestos a negar la existencia de valores de validez
universal, quienes no dudan en defender el derecho del otro a mantener sus diferencias culturales, incluso el derecho no
ya a ser reconocido como un igual sino precisamente como otro.
El éxito de semejante
crítica en determinados círculos no se debe tanto a su sofisticada
argumentación sino más bien a los abusos de las potencias occidentales sobre
los pueblos del otrora llamado Tercer Mundo. La negación de todo lo occidental,
incluyendo el valor de la democracia y de los derechos humanos, vendría a ser
la reacción a décadas, y hasta siglos, de explotación, pues desde el
colonialismo clásico hasta el neocolonialismo y, en los últimos años, la
globalización, Occidente se ha relacionado con el resto de la humanidad más al
modo en que lo hacen el amo y el esclavo que como habrían de hacerlo seres
humanos libres e iguales. Mas todo ello no restaría validez a los derechos
humanos toda vez que cuando se reivindica el derecho a la diferencia se apela
al derecho a vivir según el propio proyecto vital, es decir, a elegir
libremente cómo se quiere vivir, que es precisamente lo que tratan de proteger
los derechos humanos, cuya razón de ser no es otra que dar cobertura jurídica a
las exigencias morales de libertad, igualdad y, en definitiva, dignidad.
Los derechos humanos y los
valores que los inspiran, ciertamente, tienen su origen en la Ilustración, un
fenómeno cultural claramente occidental, mas ello, como se ha visto, no les
resta un ápice de validez. Mucho más pertinente resulta pues otra crítica, la
que apunta al hecho de que en la práctica los derechos humanos no se aplican,
por más que esta segunda objeción no diga nada en contra de la validez de estos
derechos fundamentales sino que se dirige más bien a las instituciones que
debieran garantizar el respeto a los mismos. Y es que no basta con el
reconocimiento formal de los derechos humanos: es necesaria su aplicación
efectiva. Es por ello que las instituciones europeas han de estar a la altura
ante el éxodo de los sirios que llegan a Europa huyendo de la guerra. Porque el
derecho al asilo es uno de esos derechos fundamentales, debemos dar refugio a
esos seres humanos que tratan de escapar de la barbarie. Porque lo que está en
juego es la dignidad: la de ellos y la nuestra.
¿Qué puedo añadir, maestro? No se puede expresar mejor.
ResponderEliminarMuchas gracias, Celso. Un abrazo.
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