jueves, 15 de octubre de 2015

Celebración y crítica de la Hispanidad

E
l pasado lunes se celebró, como cada 12 de octubre, el Día de la Hispanidad. Desde la conmemoración del V centenario del descubrimiento, o encubrimiento, según se mire, de América, el debate en torno a si se debe celebrar la conquista y colonización del Nuevo Mundo se repite y este año, como ha quedado patente en las redes sociales, no ha sido una excepción: mientras algunos afirman sentirse orgullosos de la historia de España y evocan tan exaltados como nostálgicos aquel tiempo en que en España no se ponía el sol, otros, en cambio, recuerdan que ese tiempo de gloria patria fue en realidad un tiempo de sangre, espada y fuego, de matanzas y torturas, de imposición de la cruz y de genocidio y devastación cultural, con lo que, dicen, no hay nada que celebrar sino, antes al contrario, mucho que lamentar.
            En efecto, el 12 de octubre es el día elegido para celebrar la Hispanidad porque fue ese mismo día de 1492 cuando Cristóbal Colón llegó a América. Ello daría lugar al nacimiento del mayor imperio conocido hasta entonces, lo que para muchos ha sido motivo de orgullo nacional y sigue siéndolo hasta hoy. Mas en el siglo XXI, tras la experiencia de la barbarie del fascismo y de las guerras del siglo XX, después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, cuando aspiramos a que se consolide una cultura de la paz y a que la defensa de la dignidad humana prime por encima de cualesquiera otros intereses, no parece plausible que se celebre el sometimiento y la humillación de miles de seres humanos a lo largo y ancho de América y, no lo olvidemos, de Canarias, cuya conquista supuso el laboratorio de pruebas de la barbarie americana.   
         Quienes aspiramos a que este siglo sea definitivamente el de la consolidación de la era de los derechos humanos, el de la realización efectiva, y no sólo el reconocimiento formal,  de las exigencias morales de libertad, igualdad y dignidad de los individuos, no podemos celebrar el nacimiento de ningún imperio, se trate del español o de cualquier otro. Y quienes lo celebran harían bien en recordar que cuando en España no se ponía el sol, no sólo los pueblos sometidos sufrieron, pues también la inmensa mayoría de los españoles de entonces padecieron en sus carnes la gloria del imperio: la falta de libertad, la Inquisición, la miseria, el hambre… Mas a pesar de todo lo dicho hasta ahora, a pesar de que la injusticia no puede ser nunca motivo de celebración, tengo para mí que el Día de la Hispanidad bien pudiera entenderse de otro modo, como ese día en el que millones de americanos, españoles, canarios y demás hispanohablantes podemos celebrar, legítimamente, el hecho de formar parte de una gran comunidad de personas que comparten la misma lengua y, en buena medida, la misma cultura, lo cual es algo de lo que, sin sentirnos mejores ni peores que ninguna otra comunidad cultural, podemos estar orgullosos.

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