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ntre los exégetas de la voluntad popular y de la opinión pública, está de
moda señalar que los ciudadanos están cansados de mayorías absolutas y
prefieren gobiernos en los que participen diversas fuerzas políticas, pues es
la única forma de garantizar que la política del rodillo es sustituida por la
política de los pactos. Prueba de ello serían los resultados electorales, a
juicio de nuestros intérpretes, que, como se sabe, no sólo no otorgan la
mayoría absoluta a ningún partido sino que han generado tal reparto de escaños
que conformar un gobierno mínimamente estable se ha convertido en una tarea
ciertamente ardua. Mas a pesar de la indudable complejidad de la situación
política española tras el 20-D, tengo para mí que ello no prueba en ningún caso
que la ciudadanía prefiera un gobierno sostenido en un pacto entre partidos. Y
es que resulta difícil imaginar a un votante del PP, el PSOE, Podemos o
Ciudadanos que al depositar su papeleta en la urna lo haga pensando que ojalá
gane su opción pero no con los votos suficientes como para alcanzar mayoría
absoluta en el Congreso.
Más allá de las
interpretaciones de los deseos ciudadanos, siempre etéreas y fútiles, lo cierto
es que los resultados son los que son y el que finalmente gobierne tendrá que
llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas. Le corresponde al PP tomar la
iniciativa, pues es el partido más votado aunque su victoria, en esta ocasión,
sea más bien pírrica: una alianza con Ciudadanos no le daría para formar
gobierno y su pésima relación con el resto de los partidos hace imposible a priori que ninguno de ellos esté
dispuesto a facilitar la investidura de Mariano Rajoy como presidente. Salvo
que a los soecialistas les entre un
ataque de sentido de Estado y se avengan a pactar la gran coalición bendecida
en su momento por el ínclito Felipe González, ex presidente del Gobierno y cienmileurista, tan aficionado a
sentarse en consejos de administración de grandes empresas, como a marcharse de
ellos si se aburre.
Así las cosas, la pelota
está en el tejado del PSOE, y será Pedro Sánchez quien tenga que tomar la
decisión de intentar un pacto a múltiples bandas o llegar a un acuerdo con el
PP. El pacto de las izquierdas es complicado, sobre todo por la exigencia de
Podemos de celebrar un referéndum en Cataluña sobre la independencia. Si el PSC
no hubiese renunciado al derecho a decidir, los dirigentes del PSOE se lo
habrían tenido que pensar habida cuenta de la importancia que los votos catalanes
tienen para el soecialismo. Pero el
compromiso abanderado de Pedro Sánchez con la unidad de España, ya se sabe que
en el PSOE hace tiempo que son más españoles que socialistas y obreros, impide
que se pueda dar un pacto progresista. Y aunque de momento los gerifaltes soecialistas afirman que votarán siempre
en contra de la investidura de Rajoy, el asunto catalán bien puede servirles de
pretexto para fraguar un pacto a la alemana. Quizás entonces los exégetas de
turno afirmen que la gran coalición sea la más clara expresión de la voluntad
popular.
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