E
|
n alguna otra ocasión me he referido al hecho de que
quienes nos dedicamos profesionalmente a la filosofía nos hemos tenido que
enfrentar a la pregunta, a veces insidiosa, de para qué sirve nuestra
disciplina. Más allá de la conocida respuesta de Deleuze, para quien la
filosofía no sirve ni a nada ni a nadie, soy de los que piensan que quienes nos
interpelan, independientemente de sus intenciones, merecen una respuesta.
Merecen una respuesta quienes formulan la pregunta con desdén, pero también la
merecen quienes, desconociendo de qué va eso de la filosofía, se acercan a
nosotros con respeto y verdadera curiosidad. Y es que ciertamente una de las
cuestiones que han ocupado a la filosofía secularmente ha sido la necesidad de
dar razón de la propia filosofía, del sentido que puede tener, todavía hoy, el
ejercicio del filosofar.
Tanto
para responder a unos como a otros, permítanme que me remita a lo que hace ya
mucho tiempo dijera Aristóteles, uno de los grandes filósofos de la Antigüedad
que en el siglo XXI tiene aún mucho que enseñarnos. A los curiosos, a los que
tienen verdadero interés en averiguar para qué sirve la filosofía, les convendrá
saber que Aristóteles abre la Metafísica,
una de sus grandes obras, afirmando que “todos los hombres tienen naturalmente
el deseo de saber”, con lo que esa curiosidad suya, ese interés por aprender,
respondería bien a las inclinaciones naturales de todo hombre al decir del
Estagirita. Y es que si, tal como señala Aristóteles, “lo que en un principio
movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es
hoy, la admiración”, la curiosidad de nuestros interpelantes bien puede ser
considerada como este sentimiento originario que conduce al filosofar.
A los primeros, a quienes
preguntan con un desprecio no exento de autosuficiencia, a quienes interrogan
con la única y maliciosa intención de hacer ver la inutilidad de la filosofía,
también les recomendaría que, siquiera por una vez, escucharan lo que el viejo
Aristóteles aún tiene que decir. Pues, en efecto, en la obra de marras nuestro
filósofo define la filosofía como “la ciencia teórica de los primeros
principios y de las primeras causas”. Y el hecho de que sea una disciplina
teórica, es decir, que no tenga una utilidad concreta, es lo que le da, precisamente,
más valor del que puedan tener todas aquellas formas de conocimiento que tengan
a la utilidad por fin. Los despreciadores de la filosofía ponen el énfasis en la
inutilidad de la misma, queriendo hacer ver que, por inútil, la filosofía
carece de valor. Cometen el grave error de confundir utilidad con valor. Y es
que las cosas útiles lo son en tanto que medios que conducen a fines, de manera
que no pueden ser valiosas en sí mismas: su valor es siempre relativo a los
fines perseguidos y radica en su eficacia y eficiencia para la consecución de los
mismos. La mayor parte de nuestros fines los perseguimos no porque tengan un
valor en sí mismos sino porque constituyen buenos medios para alcanzar otros
fines más importantes, y así sucesivamente hasta llegar a lo que Aristóteles,
en otra obra capital suya, Ética a
Nicómaco, denominó los fines últimos: aquellos que se persiguen por sí
mismos, que son fines en sí y tienen un valor en sí mismos y no un mero valor
relativo; aquellos que ya no constituyen un simple medio para alcanzar otro
fin, inútiles por definición, y precisamente por ello los más valiosos. Y acaso
la filosofía, cuyo sentido último no es otro que dar respuesta al afán de saber
de los hombres, debiera ser considerada un fin último, cuyo extremo valor
radique precisamente en que, digámoslo sin ambages, es perfectamente inútil.
Entre los despreciadores de
la filosofía de los últimos años ocupan un lugar destacado, qué duda cabe, los
que pergeñaron e impusieron la ley de educación en vigor, la funesta Ley
Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE). No hay sino que ver la
reducción horaria que ha sufrido la materia en el Bachillerato y en la ESO para
constatar que la filosofía no entraba entre las prioridades del ya exministro
José Ignacio Wert. Mas con lo que no contaba yo, cándido que es uno, es con el
maltrato que los responsables de las dos universidades públicas canarias le
iban a dispensar a la ya de por sí maltratada filosofía. Y es que, como ha sido
publicado en la prensa en estos días, la Historia de la Filosofía, en el
itinerario de Ciencias Sociales, ponderará en la nueva prueba de acceso a la
universidad, si nadie lo remedia, la mitad de lo que ponderarán las otras dos
asignaturas troncales de opción en el itinerario de marras. Una agresión en
toda regla a la filosofía y al millar de alumnos que escogieron la asignatura
sin saber lo que les tenían reservado los dirigentes de la Universidad de La
Laguna y de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, siempre tan
magníficos. Esperemos que los guardianes de esos templos del saber recapaciten
y no persistan en el error de restarle valor a la filosofía por más que ésta,
como ya se ha dicho, no sirva para nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario