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n la edición de La
Provincia del pasado sábado, Javier Durán nos obsequiaba a los aficionados
a leer artículos de opinión con una entrega de Reseteando en la que, con la
maestría que le caracteriza, planteaba una analogía entre la naturaleza y el
hombre. La aparición de los llamados cabellos de Venus, unas bacterias que
además de la belleza de su nombre prometen la renovación de la vida,
constituían el motivo de la analogía de marras. Y es que el surgimiento de
estos filamentos blancos llevaba a Durán a preguntarse si, del mismo modo que
en el orden natural, tras la erupción del volcán submarino de El Hierro, había
sido posible la regeneración, no sería igualmente viable, en el orden humano,
la regeneración después del torrente de corrupción al que hemos venido
asistiendo en los últimos tiempos.
Un par de páginas más
adelante (o más atrás, según se mire), eran otras las bacterias protagonistas.
Ahora se informaba del cierre de El Confital debido a la contaminación de sus
aguas, si bien no quedaba clara la causa del elevado nivel de las bacterias
fecales, los enterococos: un vertido en la Cueva de los Nidillos o los pozos
negros de las antiguas chabolas son las hipótesis barajadas por los técnicos. Y
el caso es que la analogía de Durán me ha inspirado a mí para elaborar otra,
sin duda más chapucera, en virtud de la cual, y sin entrar en muchos detalles,
aconsejaría a los técnicos que investigaran a ver cuántas sedes de partidos
políticos encuentran en la zona, no vaya a ser que sea ésa la causa de la
infección, que ya se sabe que el índice de enterococos en los partidos
políticos es directamente proporcional a la cuota de poder que se haya ejercido
multiplicada por el número de años.
Al hilo de su analogía,
Durán planteaba cuatro cuestiones de las que a mí ahora me interesa destacar la
tercera, aquella en la que el articulista se preguntaba: “¿Será recuperable la
confianza en los tres poderes del Estado? ¿O siempre nos quedará la duda de que
hay fuerzas misteriosas, desconocidas, que arrinconan la democracia?”. Hoy más
que nunca resulta complicado confiar en los poderes del Estado, cuando
precisamente la corrupción funciona como el cemento más eficaz para mantener
unidos esos poderes que, desde Montesquieu y Kant, pensamos que debieran
permanecer siempre separados; cuando las puertas giratorias nos revelan hasta
qué punto economía y política forman parte de una y la misma cosa, el poder, se
nos hace ciertamente más fácil mantener la suspicacia que la confianza. Y es
que si el Estado, por mucho que se defina como social y democrático de derecho,
es siempre un instrumento de dominio de unas clases sobre otras; si la
democracia ha de consistir en el autogobierno de los ciudadanos y ello resulta
incompatible con las desigualdades sociales y el modo de producción que las genera,
el capitalismo, se me antoja que la pregunta de Durán, cuya pertinencia está
fuera de toda duda, acaso sea una pregunta retórica, aun si por un momento
pudiéramos dejar la corrupción fuera de nuestra reflexión.
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