viernes, 5 de mayo de 2017

Un artículo por analogía

E
n la edición de La Provincia del pasado sábado, Javier Durán nos obsequiaba a los aficionados a leer artículos de opinión con una entrega de Reseteando en la que, con la maestría que le caracteriza, planteaba una analogía entre la naturaleza y el hombre. La aparición de los llamados cabellos de Venus, unas bacterias que además de la belleza de su nombre prometen la renovación de la vida, constituían el motivo de la analogía de marras. Y es que el surgimiento de estos filamentos blancos llevaba a Durán a preguntarse si, del mismo modo que en el orden natural, tras la erupción del volcán submarino de El Hierro, había sido posible la regeneración, no sería igualmente viable, en el orden humano, la regeneración después del torrente de corrupción al que hemos venido asistiendo en los últimos tiempos.
Un par de páginas más adelante (o más atrás, según se mire), eran otras las bacterias protagonistas. Ahora se informaba del cierre de El Confital debido a la contaminación de sus aguas, si bien no quedaba clara la causa del elevado nivel de las bacterias fecales, los enterococos: un vertido en la Cueva de los Nidillos o los pozos negros de las antiguas chabolas son las hipótesis barajadas por los técnicos. Y el caso es que la analogía de Durán me ha inspirado a mí para elaborar otra, sin duda más chapucera, en virtud de la cual, y sin entrar en muchos detalles, aconsejaría a los técnicos que investigaran a ver cuántas sedes de partidos políticos encuentran en la zona, no vaya a ser que sea ésa la causa de la infección, que ya se sabe que el índice de enterococos en los partidos políticos es directamente proporcional a la cuota de poder que se haya ejercido multiplicada por el número de años.
Al hilo de su analogía, Durán planteaba cuatro cuestiones de las que a mí ahora me interesa destacar la tercera, aquella en la que el articulista se preguntaba: “¿Será recuperable la confianza en los tres poderes del Estado? ¿O siempre nos quedará la duda de que hay fuerzas misteriosas, desconocidas, que arrinconan la democracia?”. Hoy más que nunca resulta complicado confiar en los poderes del Estado, cuando precisamente la corrupción funciona como el cemento más eficaz para mantener unidos esos poderes que, desde Montesquieu y Kant, pensamos que debieran permanecer siempre separados; cuando las puertas giratorias nos revelan hasta qué punto economía y política forman parte de una y la misma cosa, el poder, se nos hace ciertamente más fácil mantener la suspicacia que la confianza. Y es que si el Estado, por mucho que se defina como social y democrático de derecho, es siempre un instrumento de dominio de unas clases sobre otras; si la democracia ha de consistir en el autogobierno de los ciudadanos y ello resulta incompatible con las desigualdades sociales y el modo de producción que las genera, el capitalismo, se me antoja que la pregunta de Durán, cuya pertinencia está fuera de toda duda, acaso sea una pregunta retórica, aun si por un momento pudiéramos dejar la corrupción fuera de nuestra reflexión.

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