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n su célebre
ensayo Hacia la paz perpetua, Kant
distingue entre el político moral y el moralista político. El primero hace
suyos los principios de la moral y procura que sus decisiones políticas no
entren en conflicto con tales principios, mientras que el segundo, el moralista
político, carece de tales principios, pero procura aparentar que sus decisiones
políticas, que en realidad sólo responden a sus propios intereses o, en el
mejor de los casos, a los intereses del Estado, van en consonancia con unos
sólidos principios morales para que, de ese modo, tales acciones
gubernamentales aparezcan ante la opinión pública con un halo de legitimidad
del que en el fondo carecen. El político moral, en suma, entiende que la
política ha de estar moralmente fundamentada, mientras que al moralista
político solo le interesa aparentar, de ahí que se forje una moral acorde con
sus intereses y esté dispuesto a cambiarla cuando sea necesario para sus propósitos
de hombre de Estado.
Pedro
Sánchez se presentó ante la ciudadanía más como un político moral que como un
moralista político. Lo hizo cuando llamó indecente a Mariano Rajoy, a la sazón
presidente del Gobierno, en aquel debate televisivo en plena campaña electoral;
lo hizo también cuando se enfrentó al aparato del PSOE al oponerse a la
abstención que habría de permitir la investidura de Rajoy, lo que le costó el
puesto al frente de los socialistas y su acta de diputado en el Congreso; lo
hizo de nuevo cuando tras haberse visto traicionado por los suyos luchó para
hacerse otra vez con las riendas del partido, lo que, contra todo pronóstico,
consiguió; y lo volvió a hacer cuando desbancó a Mariano Rajoy de la
presidencia del Gobierno mediante una moción de censura que apelaba nuevamente
a la decencia, es decir, a la ética, o, en términos negativos, a la indecencia
o inmoralidad que habría supuesto que siguiera gobernando el Partido Popular
tras haber sido condenado por corrupción por los tribunales.
Ocurre
que no es lo mismo ser un político moral en la oposición que en el Gobierno. El
intento de revertir las políticas sociales por parte de Pedro Sánchez, más allá
de la que se ha dado en llamar política gestual, es algo digno de
reconocimiento que casa bien con esa imagen de político moral que lo llevó a
ocupar La Moncloa; sin embargo, determinadas acciones de su gobierno lo han ido
alejando de esa condición: la moralina con la que se ha abordado el tema de la
prostitución o las decisiones en materia de inmigración, con unas vallas de la infamia
que no desmerecen al tan denostado muro de Trump, ilustran bien lo que decimos.
Mas acaso el ejemplo más sangrante de lo que estamos denunciando lo constituya
la defensa que en estos días ha hecho el presidente de la venta de bombas a
Arabia Saudí, apelando a la razón de Estado y a los principios del realismo
político, a los intereses económicos y a los 6000 puestos de trabajo que, para
el presidente Sánchez, están por encima de los derechos humanos, lo que sin
duda lo aleja del político moral que pretendía ser y lo instala, acaso
definitivamente, en el moralista político que ahora es.
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