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l próximo domingo
tenemos otra cita con las urnas. De nuevo habrá que taparse la nariz e ir a
votar, porque hay mucho en juego. En Canarias la cita no es doble ni triple, sino
múltiple: nada menos que cinco papeletas, una para el Ayuntamiento, otra para
el Cabildo, dos para el Parlamento de Canarias y una más, acaso la más
importante, para el Parlamento Europeo. Decía Javier Marías en El País Semanal del 12 de mayo, que
acaso las elecciones municipales y autonómicas no sean tan importantes, pero
que en las europeas nos va la vida y que por eso hay que ir a votar. Y yo estoy
parcialmente de acuerdo con él: sin duda donde se juega nuestro futuro es en
Europa, pero aunque no sé si mi vida cambiará mucho en función de quién
gobierne en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria o en el Cabildo, tengo
para mí que, desde luego, mi vida no será la misma si, por fin, Coalición
Canaria es apeada del Gobierno de esta nuestra ultraperiférica nacionalidad.
A pesar de que resulta indudable la
importancia de las elecciones al Parlamento Europeo, hay que reconocer que la
Unión Europea, ente extraño donde los haya, es más bien un club de Estados y
que es el Consejo Europeo, formado por los jefes de Estado o de gobierno de los
Estados miembros, el que tiene mayor capacidad de decisión, lo que en la práctica
supone que Europa se rige cuasi al dictado de los Estados más fuertes de entre
sus miembros, es decir, Alemania, Francia y después los demás. Una década de
austeridad impuesta por Angela Merkel da para, al menos, aprender esto. Mas no
debemos olvidar que del Parlamento Europeo saldrá el presidente de la Comisión
Europea, que también tiene una gran capacidad de influir en las decisiones que
luego afectan a todos los ciudadanos de la Unión, incluidos el par de millones
que habitamos en este rincón macaronésico que es Canarias. Haber sufrido a
Jean-Claude Juncker, artífice como primer ministro de Luxemburgo del mayor
paraíso fiscal en el seno de la UE, martillo austericida de los países del sur
mientras ha estado al frente de la Comisión y finalmente arrepentido declarado
por la insolidaridad de Europa con Grecia en los años más duros de la crisis,
también ha sido bastante educativo.
Así que ahora toca votar con la
esperanza de que un parlamento y una comisión progresistas impulsen los cambios
necesarios para construir la Europa social frente a la Europa de los mercados,
la Europa fortaleza e insolidaria, hacia dentro y hacia fuera, que hemos tenido
hasta ahora. Marías se equivoca en su artículo al mezclar a quienes pretenden
destruir Europa con quienes aspiran a transformarla. Sin duda hay que ponerle
freno a los frentes nacionalistas y xenófobos, pero ello no significa que
tengamos que renunciar a la transformación de esta Europa de las vallas, las
concertinas, la desigualdad y la insolidaridad. Y es que no se trata de
destruir Europa, pero tampoco de conformarnos con la Europa que hay, sino de
apostar por la Europa que debería haber, la Europa que queremos.
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