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n un artículo publicado
el pasado viernes en El País, la socióloga Olivia Muñoz-Rojas llamaba la
atención sobre el hecho de que sean mujeres jóvenes quienes estén liderando las
que considera las grandes causas de nuestro tiempo: “la igualdad entre mujeres
y hombres, la lucha contra el cambio climático, contra el racismo y por la
libertad sexual” serían, a juicio de la autora, esas grandes causas. Se trata,
qué duda cabe, de causas nobles, que atañen tanto a la supervivencia de la
humanidad como a la dignidad de sus miembros, por lo que hace bien Muñoz-Rojas
en reconocer la labor de mujeres como Malala, Greta Thunberg o Carola Rackete,
quienes con su sacrificio contribuyen a mantener la esperanza en el ser humano.
Y, sin embargo, entre todas esas causas, se echa en falta de modo explícito la
de la lucha contra el que sigue siendo, hoy como ayer, el mayor problema al que
debe hacer frente la humanidad: la desigualdad entre ricos y pobres.
La lucha contra la desigualdad
económica, sobre todo cuando se trata de una desigualdad extrema, es el mayor
reto que tenemos en el siglo XXI si de verdad nos preocupa que todos los seres
humanos, por el hecho de serlo, puedan llevar a cabo una vida digna. Se trata,
por lo demás, de un problema que atraviesa a todos a los que se enfrentan las nobles
causas de marras, cuando no se hallan a la base de ellos, pues ni el machismo,
ni el racismo, ni la discriminación sexual, siendo problemas en sí mismos, se
sufren igual por los ricos que por los pobres. Ni siquiera el cambio climático
ni los problemas medioambientales son ajenos a la miseria. De ahí que la lucha
contra la pobreza sea, a mi modo de ver, la prioridad, pues constituye el
principal obstáculo para la efectiva realización de los derechos humanos, de
esos derechos que tratan de proteger la dignidad de las personas, es decir, la
libertad y la igualdad.
Canarias no es ajena a esta grave
injusticia, pues en las Islas, a pesar de formar parte de la zona privilegiada
del mundo, el 40 por ciento de la población se encuentra en riesgo de exclusión
social y algo más del 15 por ciento sufre pobreza severa. Y todo ello cuando ha
aumentado el número de personas que disponen de grandes fortunas, las cuales, a
su vez, son cada vez mayores. Es por esto que uno no puede sino aplaudir que la
prioridad del recién investido presidente de Canarias, el socialista Ángel Víctor
Torres, sea la lucha contra la pobreza y que, para ello, se comprometa a llevar
a cabo una reforma fiscal para que paguen más los que más tienen y “más reciba
quien más lo necesite”. Para ello cuenta con el apoyo de Nueva Canarias,
Podemos y la Agrupación Socialista Gomera que, junto al PSOE de Torres,
conforman lo que han dado en llamar el pacto de las flores, un pacto de
progreso. Ojalá que las flores no se marchiten antes de tiempo y que los
firmantes traigan a Canarias el progreso con el que han bautizado su acuerdo,
porque la miseria es incompatible con la democracia, porque sin igualdad no hay
libertad.
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