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ún no habíamos
superado la resaca electoral cuando Pedro Sánchez y Pablo Iglesias nos
sorprendieron a todos, salvo a quienes se dedican a formular predicciones a
posteriori, con el anuncio de un preacuerdo para formar un gobierno
progresista. Tanto se les criticó por no haber sido capaces de alcanzar un
pacto tras las elecciones del 28 de abril, que cabría suponer que la celeridad
con la que ahora han llegado a un consenso habría de ser más un motivo de
celebración que de pesadumbre, sobre si todo si nos atenemos al duelo nacional
que los españoles, periodismo serio mediante, hemos exhibido por haber tenido
que repetir las elecciones y por no disponer de un gobierno estable. Y, sin
embargo, los mismos que entonces criticaron a los líderes del PSOE y de Unidas
Podemos por no ser capaces de pactar, ahora los critican por haberse puesto de
acuerdo tan rápidamente. A ver si nos aclaramos.
A mi juicio, el hecho de que haya un
preacuerdo es, como se desprende de lo dicho, una buena noticia, y, dada la
situación de bloqueo que hemos venido padeciendo en los últimos meses,
convendría, siquiera sea por una vez, tener la mirada más puesta en el futuro
que en el pasado. Todo lo cual no quita para que legítimamente podamos
preguntarnos, junto a los más críticos, qué ha pasado entre el 28 de abril y el
10 de noviembre para que se haya producido una tan pronta reconciliación entre
las izquierdas. Y aunque resulte una obviedad, tengo para mí que lo que ha
ocurrido es que se han celebrado unas segundas elecciones y que los resultados
obtenidos por el PSOE y UP no les permiten arriesgarse a unas terceras, pues si
la tendencia se mantuviera es muy posible que las derechas sumasen y la
izquierda se viera relegada a la oposición. Si a ello le añadimos el
escandaloso retroceso de Ciudadanos, que impide un pacto entre socialistas y
liberales, y los 52 escaños de Vox, se diría que hay razones más que
suficientes para que ni Sánchez ni Iglesias se pongan demasiado tiquismiquis.
Mas para que el pacto progresista
llegue a fraguar en investidura y en acuerdo de legislatura será necesario que
tampoco se pongan demasiado escrupulosas otras fuerzas políticas de carácter
nacionalista o regionalista, lo cual a priori resulta factible siquiera
sea porque a todas ellas, en general, les viene mejor un gobierno en el que
esté Unidas Podemos que uno en el que esté Vox. La única duda es si Sánchez e
Iglesias podrán contar con la ineludible, dada la aritmética parlamentaria,
abstención de ERC, que, lógicamente, no entregará gratis. Gabriel Rufián ha
venido insistiendo en estos meses en que su partido no será el que impida la
investidura, pero ahora anuncia que, de momento, ERC dice no. Urgen pues concesiones
a la altura de las circunstancias para evitar las terceras elecciones: a Rufián
le toca abstenerse para permitir la investidura y a Pedro Sánchez hacer un
gesto de altura democrática y acceder a sentarse con los independentistas en
una mesa de diálogo sin condiciones previas.
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