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us Majestades
los Reyes Magos nos han regalado a todos, no siempre aciertan, un nuevo
gobierno de progreso. Sabiendo como sabemos, la mayoría al menos, quiénes son
los Reyes, no cabe duda de que se trata de un gran autorregalo que se han hecho
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, con la colaboración, a modo de crowdfunding, de algunos partidos
nacionalistas y, cómo no, la abstención estelar de ERC. La investidura de Pedro
Sánchez y la formación del nuevo ejecutivo tiene soliviantados a los
apocalípticos de la derecha que no ven el momento en que se rompa España,
vendida por el maléfico Pedro Sánchez a los independentistas catalanes, si es
que no se desintegra antes por culpa de los comunistas que, de nuevo Sánchez,
ha permitido entrar en el Gobierno de la Nación una, grande, libre y en blanco
y negro si los dejamos.
Personalmente no espero grandes
cosas de este nuevo gobierno, básicamente porque no espero grandes cosas de
ningún gobierno y porque aunque soy lo que se suele llamar un joven de 50 años,
tengo la suficiente edad para haber comprobado que los gobiernos de izquierdas
que en España ha habido, es decir, los gobiernos del SOE, siempre defraudan. Al
menos a mí siempre me han defraudado, a diferencia de lo que ha ocurrido con
los gobiernos de derechas que no me han decepcionado nunca porque han sido
todos tan nefastos como cabía esperar y no ha quedado más remedio que soportar,
bendita sea la democracia. Mas a pesar de mi escepticismo gubernamental, acaso
simple realismo, reconozco que el pacto
de progreso ha despertado en mí cierta ilusión, aunque solo sea por dejar
definitivamente atrás los plomíferos años del marianismo, o porque después de
una moción de censura y dos elecciones generales, que finalmente se haya podido
constituir un gobierno de izquierdas suponga un alivio de la agonía generada
por tantos meses de atasco institucional.
Y es que si el Gobierno logra sacar
adelante los presupuestos, son varias las cuestiones que podrían mejorar, de la
educación a las condiciones laborales, de la situación de las mujeres a la
derogación de la ley mordaza, y algunas más que, en definitiva, de
materializarse, supondrían un avance de la igualdad y la libertad, que son los
dos grandes valores que dan sentido a la democracia. Mas la ilusión es difícil
mantenerla ante los patinazos con los que este gobierno se ha empeñado en
estrenarse. Me refiero, cómo no, al nombramiento de la ministra de Justicia
saliente, Dolores Delgado, como fiscal general del Estado, sin solución de
continuidad, en lo que supone un alarde de fuerza y una ostentación de
parcialidad por parte del presidente que resulta indignante, como indignantes
resultan las palabras del ministro de Consumo, Alberto Garzón, a este respecto,
o las declaraciones de Victoria Rosell, delegada del Gobierno para la Violencia
de Género, después matizadas, a propósito de la posibilidad de aplicar el 155 a
la Comunidad de Murcia a cuenta del veto parental. Patinazos, en suma, que
dificultan la confianza en un gobierno que pretende ser de progreso y corre el
riesgo de incurrir en políticas de regresión.
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