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l curso escolar,
por fin, ha terminado. Éste ha sido un año duro, durísimo, a causa de la
pandemia. En Canarias, afortunadamente, la incidencia directa del coronavirus
ha sido menor que en otros lugares más afectados, al menos si atendemos al
número de contagios y de fallecimientos causados por el Covid-19. Sin embargo,
en lo que se refiere a las consecuencias sociales y económicas, incluso
sanitarias, de las medidas que se han aplicado para combatir la pandemia, las
Islas se llevan la palma. Y es que el confinamiento ha traído efectos
perjudiciales para la salud de los isleños derivados de las condiciones previas
de vida en Canarias, donde los niveles de pobreza están muy por encima de la
media española y donde, en consecuencia, las condiciones de salubridad son
peores. La fuerte dependencia del turismo, además, hace que los perjuicios
económicos sean mayores y que, en suma, por mucho que la propaganda
gubernamental se empeñe en convencernos de que de ésta salimos más fuertes, tal
fortaleza no se vea por ningún lado.
A
todo este malestar, por supuesto, no es ajeno el sistema educativo canario. No
es de extrañar, por tanto, que también el rendimiento escolar del estudiantado
del Archipiélago sea uno de los más bajos del país, pues, por lo general, a
peores condiciones socioeconómicas, peores resultados académicos. Y, sin
embargo, a pesar de las dificultades, a pesar de la desigualdad que se ceba con
la población canaria, a pesar de la brecha digital, el alumnado de las Islas ha
sabido sobreponerse, se ha adaptado mal que bien a las nuevas circunstancias
impuestas por el estado de alarma y ha conseguido culminar con relativo éxito
el curso. Por todo ello creo que merecen disfrutar de estas vacaciones que
ahora comienzan. Todos en general, pero muy especialmente los estudiantes de
Secundaria, los adolescentes, ya que debido a la etapa vital en la que se
encuentran son los que más han sufrido el confinamiento y porque se trata de
una generación que creció oyendo hablar de crisis, paro, miseria y falta de
expectativas y que, ahora, cuando empezábamos a superar la crisis de 2008,
habrán de enfrentarse a una nueva crisis que se presume aún más grave, que
amenaza con robarles un futuro que tendrán que ganarse a pulso.
El final del curso ha llegado y lo
ha hecho bien, dadas las circunstancias. Que ello haya sido posible se debe en
gran medida al profesorado. En apenas un fin de semana se pasó de un sistema
presencial a otro telemático sin casi ningún apoyo hacia los docentes por parte
de la Consejería de Educación. Esos que el periodista Ángel Tristán Pimienta
llama privilegiados cumplieron escrupulosamente con su trabajo, aportando sus
propios recursos, teletrabajando muchas más horas de las que les corresponden,
quitando tiempo y espacio a sus propias familias, soportando un nivel de
exigencia que ha sido a todas luces excesivo y, para colmo, aguantando
declaraciones públicas de los responsables de Educación en Canarias claramente
ofensivas: aún resuenan las alusiones a los dinosaurios de María José Guerra y
a los granos negros y los pelos en la leche de José Antonio Valbuena. Gracias a
la voluntad del profesorado, en medio de una gestión más bien caótica, con su
esfuerzo, sus propios medios y, en buena medida, su sentido común en ausencia
de directrices claras y a tiempo, el curso ha salido adelante y ahora,
felizmente, ha terminado.
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