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ay que ver el
revuelo que se ha armado a cuenta de las declaraciones de Pablo Iglesias en las
que el secretario general de Podemos afirmaba que el exilio de Puigdemont es
comparable con el que sufrieron los republicanos españoles tras el triunfo del
fascismo en la Guerra Civil. En un intento de matizar las declaraciones de
Iglesias, la portavoz de Podemos, Isabel Serra, señaló al día siguiente de
emitirse la entrevista de la discordia que comparar no es equiparar y que, en
cualquier caso, si atendemos a la definición de la Real Academia Española (RAE)
del término exiliado, tan exiliado es Puigdemont como lo fueron los
republicanos españoles. Mas Serra tuvo escaso éxito en su afán de quitar hierro
al asunto, entre otras razones porque el propio Iglesias, en declaraciones
posteriores, más bien se ratificó en su posición, lo que nos lleva a pensar,
descartando que sea una cuestión de pura cabezonería, aunque el líder de Podemos
sea muy “cabezón”, Montero dixit, que
la respuesta al entrevistador no fue un desliz, sino un nuevo intento de marcar
diferencias frente a su socios en el Gobierno y de erigirse en único
interlocutor entre el PSOE y el independentismo catalán.
La
estrategia de Serra, no obstante, merece la pena ser retomada, a su pesar,
pues, ciertamente, la RAE puede arrojar alguna luz sobre este asunto. Y si
atendemos a la Academia podemos constatar que, en efecto, comparar y equiparar
no son sinónimos, pero, la segunda acepción del primer verbo: “Establecer la
semejanza de una persona o cosa con otra”, se parece bastante al significado
del segundo: “Considerar a alguien o algo igual o equivalente a otra persona o
cosa”. De lo que se desprende que Iglesias no considera que el exilio de
Puigdemont sea igual que el republicano, pero es, al menos, semejante, lo cual
constituye suficiente motivo de indignación no solo para buena parte de la
progresía patria, incluida la que se encuentra en el otro lado del Gobierno,
sino también para las derechas hispanas, desde las más moderadas hasta la ultramontana
de Vox. Y es que hasta los nostálgicos
del franquismo se suman al sentimiento de empatía con los expatriados
republicanos con tal de lanzar sus biliosas críticas contra los que gustan de
llamar socialcomunistas y sus mefistofélicos
aliados independentistas.
Si
esta indignación está justificada o no depende, en buena medida, del
significado del otro término de la polémica, exiliado, que, de nuevo según la
RAE, significa: “Expatriado, generalmente por motivos políticos”. Y es esta
condición de exiliado la que los más críticos con Puigdemont, entre los que se
encuentra la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, no están dispuestos a
concederle pues, en su opinión, el líder independentista no es sino un
delincuente huido de la justicia. Honestamente, no creo que el sufrimiento de
los republicanos en el exilio sea comparable con la situación en la que vive
Puigdemont, pero tampoco creo que sea ilegítimo reconocerlo como exiliado. Esto
no implica, en ningún caso, que la democracia española sea comparable con el
régimen de Franco, ni mucho menos equiparable, pero algún déficit presenta
cuando los líderes independentistas que no huyeron están en la cárcel y ha
resultado imposible extraditar a aquellos que viven, no de forma clandestina,
en distintos países de Europa a los que España, orgullos patrios aparte, no
está en disposición de dar lecciones de democracia.
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