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finales de los 80 yo era un estudiante de lo
que entonces se llamaban Enseñanzas Medias, el BUP y el COU. Fue un tiempo de
eclosión del movimiento estudiantil que emergió sobre todo entre el
estudiantado universitario pero que también caló en quienes, como yo, aún
estábamos en el instituto. Recuerdo bien aquellas manifestaciones en Tomás
Morales, los cortes de tráfico en la Avenida Marítima, las tremendas cargas
policiales, las asambleas… Estas llegaron a ser tan tediosas que, en ocasiones,
algunos amigos y yo las pasábamos jugando a la baraja. Así éramos,
contestatarios, rebeldes, pero, sobre todo, a qué negarlo, hedonistas, aunque
para entonces ni tan siquiera sabíamos qué era eso del hedonismo. Manifestaciones,
asambleas, debates y algunas lecturas, más bien pocas, eran las actividades en
torno a las que giraba nuestra forma de vida entonces. Todo ello bien aderezado
de sexo, drogas, alcohol y rock, que juntos constituían el eje transversal, que
se dice ahora, de nuestro estar en el mundo.
No obstante, y contra todo pronóstico, la mayor parte de nosotros salimos adelante. Mas si traigo esto ahora a la memoria y se lo cuento a ustedes, no es porque al cincuentón que hoy soy le haya entrado un ataque de nostalgia de su primera juventud, sino porque en este tiempo de pandemia y de crisis económica y social hay algo de lo que entonces solíamos afirmar que, quién lo iba a decir a estas alturas, se ha cumplido. Los jóvenes de entonces, al menos en mi círculo social, éramos bastante críticos con el turismo, pues aunque fuéramos capaces de reconocer que había traído cierto progreso económico a las Islas, lo veíamos con recelo por el empleo de mala calidad que generaba y por su devastador impacto ecológico. “El día en que los turistas dejen de venir”, decíamos, “los gobernantes, las élites, se darán cuenta de que ni el cemento ni los bloques se pueden comer”. Y ese día, ay, ha llegado.
Canarias atraviesa una crisis económica y social que deja chica a la de 2008. El problema sanitario que la ha generado es en sí mismo un problema tremendo, aunque, por fortuna, en Canarias la incidencia no es tan alta como en el resto de España. Pero ello no quita para que las restricciones para combatir la expansión del COVID-19 sean cada vez más difíciles de sobrellevar. Para colmo hemos de lidiar con una crisis migratoria que Europa y España se han empeñado en que Canarias afronte sola, convirtiendo a las Islas en una suerte de cárcel para los migrantes. Todo ello hace que el malestar en las Islas no pare de crecer y que el Archipiélago sea un volcán a punto de entrar en erupción. Y sin embargo, la responsabilidad moral sigue siendo un asunto estrictamente individual y cuando todo esto pase, que pasará, cada uno de nosotros habrá de volver la vista atrás y tendrá que recordar, como yo recordaba al comienzo de este artículo, y decirle a sus hijos, a sus amigos, a sus familiares, si en 2021 se posicionó en defensa de los derechos humanos de los migrantes en Canarias o si, por el contrario, se dedicó a acudir a manifestaciones xenófobas y a mandar mensajes a través WhatsApp incitando a la violencia racista.
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