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n la utopía
liberal, cada individuo habrá de disponer de las mismas oportunidades para
prosperar social y económicamente en función, únicamente, de sus méritos y capacidades.
Esto mismo es lo que señala Kant en Hacia
la paz perpetua, cuando establece la igualdad jurídica como el segundo de los
principios sobre los que debe sustentarse la constitución republicana: “Solo la constitución establecida de
conformidad con los principios, primero de la libertad de los miembros de una sociedad (en cuanto hombres),
segundo, de la dependencia de todos
respecto a una única legislación común (en cuanto súbditos); y tercero, de
conformidad con la ley de la igualdad
de todos los súbditos (en cuanto ciudadanos), la única que deriva de la idea
del contrato originario y sobre la que deben fundarse todas las normas
jurídicas de un pueblo, es republicana”.
En opinión de Kant, si la ley es la misma para todos y obliga a todos por
igual, tal como establece el segundo principio, entonces las desigualdades
sociales ya no serían responsabilidad del Estado, sino que derivarían de las
diferencias de mérito y capacidad entre los individuos.
Esta
concepción meritocrática de la justicia distributiva se remonta, como mínimo, a
Aristóteles, quien, como es sabido, considera que el reparto de los bienes,
para que sea justo, ha de ser proporcional a los méritos. Así lo señala el
Estagirita en la Ética a Nicómaco, su
más importante tratado de filosofía moral, donde se puede leer: “En efecto, la
justicia distributiva de lo que es común está siempre de acuerdo a la
proporción que hemos explicado: incluso si la distribución se hace sobre bienes
comunes a varios se hará siempre en la proporción en que estén las
contribuciones aportadas”. De ahí que, al menos en lo que a la justicia
distributiva se refiere, en general se admita que para Aristóteles lo justo no
es el reparto igualitario de los bienes sino el reparto proporcional a los
méritos. La justicia, entonces, estaría más vinculada al concepto de proporción
que al de estricta igualdad. Y acaso sea esta la razón por la que se tienda a
contraponer meritocracia con igualitarismo.
Sin
embargo, es conveniente tener en cuenta que, tal como ha señalado el filósofo
Ernst Tugendhat, incluso una concepción de la justicia distributiva como la
aristotélica está fuertemente vinculada al concepto de igualdad, pues si la
distribución de los bienes ha de ser proporcional a los méritos, resulta
evidente que a quienes aporten iguales méritos habrán de corresponderles
iguales bienes, si no se quiere incurrir en una injusticia flagrante. De donde
se desprende que la oposición entre meritocracia e igualitarismo no es del todo
acertada. La crítica que cabría hacer a la meritocracia, la que yo suscribiría
al menos, no iría tanto contra la meritocracia en sí, cuya equiparación con la
justicia también sería discutible, sino que estaría dirigida ante todo contra
la falsa meritocracia que se presenta como auténtica en el capitalismo real, el
cual dista mucho de la utopía liberal. Pues es un hecho que la desigualdad
extrema es una realidad, y si ya resulta difícil creer que la riqueza de unos
pocos se deba en general a sus méritos, se me antoja del todo impensable que la
pobreza de los más desfavorecidos se deba fundamentalmente a que no se
esfuerzan lo suficiente.
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