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más de 10 años, el movimiento 15-M tomó las plazas y las calles de buena parte de las ciudades españolas para
mostrar su indignación ante la gestión de la crisis que nos asolaba (cuyas
consecuencias aún no se han terminado de superar), en lo que ha sido el mayor
movimiento contestatario en décadas. La crisis económica devino en crisis
social y ésta en crisis política. No en vano, la plataforma que convocó la
manifestación que derivó en la generación del 15-M llevaba por nombre
Democracia Real Ya, dando por supuesto que nuestra democracia no es realmente
tal. El malestar económico y social hizo que parte de la ciudadanía pusiera en
tela de juicio el sistema político, una democracia que a ojos de los indignados
no cumplía con unos requisitos mínimos que la hiciera digna de ese nombre. Es
por ello que desde los sectores biempensantes del país, élites políticas,
económicas y mediáticas, no se dudó en tildar a los indignados de antisistema.
¿Fue el 15-M un movimiento
antisistema? Si nos atenemos a la definición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia, según el
cual antisistema significa “contrario al sistema social o político
establecidos”, parece claro que el 15-M fue un movimiento antisistema. Y es que,
en el ámbito político, pretendía transformar la democracia liberal
representativa en una democracia más genuina, más deliberativa, participativa y
directa, y en el ámbito socioeconómico, abogaba por una sociedad más justa, en
la que todas las personas tuvieran acceso a los recursos materiales mínimos
para llevar a cabo una vida digna y donde, en suma, los seres humanos fueran
siempre tratados como sujetos y nunca como meros objetos, que es lo que se
desprende de aquel célebre lema de Democracia Real Ya: “No somos mercancía en
manos de políticos y banqueros”. Mas si el término antisistema se usa en
sentido peyorativo como sinónimo de antidemocrático o violento, entonces
resulta evidente que el 15-M no fue en ningún caso un movimiento antisistema,
pues tanto las proclamas como las reivindicaciones de los indignados casarían
bien con lo que se ha dado en llamar democracia radical.
Una década después se diría que no
ha habido cambios sustanciales en la realidad social española, más allá de la
irrupción de Podemos, aquel partido que en buena medida era heredero del
movimiento 15-M, hoy asociado a Izquierda Unida y parte del Gobierno. Es por
ello que en la actualidad sigue siendo tan necesario como entonces el ejercicio
del pensamiento crítico contra el poder económico y el poder político, por más que las élites se empeñen en
calificar, más bien descalificar, como antisistema (en el sentido despectivo de
antidemocrático) a cualquier movimiento o idea que pueda poner en tela de
juicio el poder establecido. Si entonces el objeto de las críticas eran la
banca y las grandes multinacionales, en la esfera económica, y lo que se dio en
llamar el PPSOE, en el plano político, tengo para mí que ahora, como destinatarios
de la crítica, convendría sumar a las grandes compañías energéticas y también,
ay, a Unidas Podemos. Y es que tras lo acontecido en el Congreso en relación a
la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional, solo queda la
indignación ante el nacimiento de ‘UPPSOE’ que, por descontado, hoy como ayer,
no me representa.
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