n estos tiempos de crisis económica, social y política, de crisis total,
vaya, el término antisistema aparece con frecuencia en la boca o la pluma de
políticos profesionales, empresarios, periodistas, analistas, intelectuales y
demás gente dada a realizar comentarios sobre la tremenda situación que estamos
padeciendo la mayor parte de nosotros. Tanto es así que el Diccionario de la
Real Academia Española (DRAE) lo recogerá en su vigésima tercera edición, tal
como figura en el avance que se puede consultar en Internet. Y aunque según el
DRAE la palabra de marras es un adjetivo, suponemos que calificativo, bien
podríamos considerarlo, a tenor del uso que de él hace la mayoría de quienes lo
emplean públicamente, como un adjetivo
descalificativo. Y es que el vocablo antisistema se emplea a menudo como
sinónimo de violento o antidemocrático para arrojarlo sobre aquellos a quienes
se pretende descalificar.
Según el DRAE, antisistema
significa “contrario al sistema social o político establecidos”, tal como
cualquiera podría inferir, sin necesidad de ser académico. Como se observa con
facilidad, la violencia o la democracia no aparecen por ningún lado. Y si damos
por buena la definición de la Real Academia, por más que ésta deba establecer
la definición de las palabras a partir del empleo que de ellas hacen los
usuarios de la lengua, no podemos sino preguntarnos de dónde surge entonces ese
sentido perverso con el que muchos utilizan el término antisistema. La clave
radica en limitar la descalificación de antisistema sólo a aquellos que se
oponen al orden establecido allí donde existe una democracia representativa. De
este modo, quien se opone al sistema, se opone a la democracia y lo de violento
le cae por añadidura, pues quien no es democrático, no respeta la voluntad de
los demás y trata de imponer la suya por la fuerza, es decir, violentamente.
La argumentación sería
plausible si se aplicara sólo a aquellos partidarios, por las razones que fuese
-más bien sinrazones- de implantar un régimen dictatorial, pero pierde todo su sentido cuando
quienes se oponen a la democracia tal como está implantada hoy, lo hacen porque
consideran que adolece de demasiados déficits que la vuelven, paradójicamente, antidemocrática.
Pues quienes hacen suya la tesis de que sin justicia no hay democracia, porque
la democracia implica la igualdad política y ello no es posible sin igualdad
económica y social, quienes suscriben la tesis de que democracia significa que
cada uno ha de poder participar directamente en la toma de decisiones públicas
que le afectan, son ciertamente antisistemas, pero en ningún caso habrán de ser
tomados por antidemocráticos ni por violentos. Antes al contrario, son ellos,
los antisistemas que reclaman más libertad, más igualdad, más justicia, en
definitiva, más democracia, quienes podrían acusar a los pro sistema de
violentos y antidemocráticos, toda vez que apuestan por un sistema cuyas carencias
democráticas se revelan cada día con más claridad y cuya violencia es patente a
la luz de las tremendas injusticias que promueve.