lunes, 24 de enero de 2011

La sociedad del miedo

D
ecía Aristóteles que el ser humano es un animal político, un zoon politikon, porque por su propia naturaleza es un ser social. Pero el Estagirita sabía que la polis puede adoptar distintas formas y nosotros, los modernos, hace tiempo que dejamos de referirnos a la sociedad sin más y preferimos añadirle algún apellido, el cual suele variar en función de aquello que consideramos más relevante, más característico, de un modelo de sociedad. Por ello decimos que las sociedades premodernas son fundamentalmente agrarias cuando queremos acentuar el modo de producción predominante; que son sociedades tradicionales, para señalar que los sistemas normativos encuentran su fundamento en la tradición; o teocráticas, cuando queremos resaltar que dichas tradiciones y sistemas normativos dependen de la autoridad religiosa, la cual puede llegar a encarnar también el poder político. Las sociedades que llevan el apellido de modernas, en cambio, van aparejadas a otros apellidos: decimos que se trata de sociedades industriales, urbanas, racionales, en el sentido de que pretenden dotar de un fundamento racional a sus sistemas normativos, y laicas. Como vemos, distintos apellidos en función de qué características sociales se pretendan resaltar.
            En la segunda mitad del siglo XX, acaso debido a la rapidez con que se han venido precipitando los cambios, hemos asistido a una gran proliferación de los apellidos sociales. En la década de 1960, Guy Debord acuñó la expresión sociedad del espectáculo, con la que, en clave marxista, se refería a la inversión que se había producido en las sociedades capitalistas de las relaciones sociales, donde las relaciones entre personas habían sido sustituidas por relaciones entre mercancías. Más recientemente y al socaire del espectacular desarrollo de la nuevas teconologías de la información y la comunicación, las sociedades tardocapitalistas fueron calificadas como sociedades de la información. De la sociedad de la información, aquella en la que la información fluye a gran velocidad, se ha pretendido pasar la sociedad del conocimiento, lo que supone el salto cualitativo de dar sentido al inmenso caudal de información al que tenemos acceso en la actualidad.
            Pero lo que caracteriza a la sociedad del siglo XXI es el miedo. En la sociedad del miedo lo relevante es que los ciudadanos viven en estado de alarma permanente, pues sus vidas se hallan siempre bajo la amenaza de algún peligro real o figurado. Desde la última década del siglo pasado, asistimos al miedo generalizado, más bien infundado, a contraer alguna enfermedad más o menos extraña, más o menos letal. Primero vivimos pensando en que podíamos contraer el mal de las vacas locas, luego la gripe aviar. La amenaza de esta última reapareció el año pasado y generó una alarma social ciertamente inusitada. Mas si preocupante es el miedo de los ciudadanos a contraer alguna enfermedad, más lo es el que tenemos a sufrir un atentado terrorista a raíz del ataque a las torres gemelas. Y es que desde entonces hemos ido cediendo al Estado cotas de libertad a cambio de supuesta seguridad, igual que poco a poco vamos cediendo derechos ante el capital, los mercados se dice ahora, a causa del último de nuestros miedos: el miedo a la crisis y a perder el puesto de trabajo.

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