lunes, 17 de enero de 2011

Una crisis a la medida

D
esde hace algo más de dos años la palabra crisis, esa que nuestro ZuperPresidente se negó durante tanto tiempo a pronunciar, ha inundado nuestras vidas hasta tal punto que, prácticamente, no hay tema sobre el que se discuta en el que de una u otra forma no aparezca: se hable de fútbol o de religión; de política o de literatura, lo cierto es que la cuestión de la dichosa crisis termina siempre por aflorar. Recuerdo que en el año 2008 el debate entre los analistas giraba en torno a la necesidad de replantear el capitalismo y la conveniencia de volver a un cierto keynesianismo a la luz de las consecuencias que las políticas neoliberales habían traído. Pocos éramos los que, ya entonces, advertíamos de que por mucho que se hablara de que se iba a refundar el capitalismo, lo cierto era que las propuestas que salían desde la mayor parte de las instancias económicas y políticas eran las mismas de siempre: seguir incidiendo en las políticas que habían conducido a que estallara la crisis, las propias del liberalismo conservador. Y es que ya se sabe que en tiempos de crisis las soluciones siempre son las mismas: contención (cuando no reducción) salarial, recortes de derechos laborales, rebajas sociales… en suma, medidas todas orientadas al debilitamiento del ya de por sí maltrecho Estado de bienestar.
            Otro de los asuntos que se discutían al comienzo de la crisis es el de si se trataba de una crisis real o no. La cuestión puede resultar baladí a la luz de los efectos demoledores de la maldita crisis en los años 2009 y 2010, con la pérdida de millones de puestos de trabajo; sin embargo, conviene recordar que lo que se discutía entonces no era tanto la realidad de la crisis sino si ésta era la consecuencia de los errores cometidos, ya fuera por acción u omisión, por los agentes económicos, los gobiernos y, en última instancia, los propios consumidores, o si, por el contrario, la crisis era el resultado de una acción planificada, es decir, si la crisis había sido generada voluntariamente.  
            A mi juicio esta pregunta sigue siendo relevante, pues sólo desde la respuesta adecuada se podrá afrontar la crisis y se podrá pensar en soluciones, ya que éstas habrán de ser radicalmente distintas si se considera que la crisis no surgió por la acumulación de errores sino por la voluntad de los más poderosos. Y es que tengo para mí que el daño que se está haciendo a la ciudadanía no sólo no era inevitable sino que ha sido provocado por quienes se han beneficiado de esta crisis, una crisis hecha a la medida por quienes escondidos bajo el antifaz de los mercados imponen sus políticas antisociales y, lo que es peor, nos intentan hacer creer –consiguiéndolo en muchas ocasiones- que tales medidas son indispensables si queremos salir de esta funesta situación, porque, sencillamente, el Estado de bienestar es inviable. Y si esto es así, entonces de nada sirve que pensemos en soluciones: sólo cabe obedecer y esperar a que los poderosos se den por satisfechos. A menos, claro, que pensemos en cambiar el modelo. Pero eso es propio de antisistemas trasnochados.

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