jueves, 3 de marzo de 2011

La hipocresía occidental

E
l ambiente revolucionario del mundo árabe ha servido para que, una vez más, Occidente ponga de manifiesto la hipocresía que le caracteriza. Del entusiasmo hacia las revueltas y el apoyo solidario, más moral que otra cosa, a las reivindicaciones populares, se ha pasado a la honda preocupación por la inestabilidad de la zona. De nuevo, la clave de este giro se encuentra en el petróleo más que en las víctimas de la barbarie. Y es que el conflicto de Libia ha traído como consecuencia una escalada de precios de la que sigue siendo la principal fuente de energía, y ante la amenaza de que el barril de Brent alcance la barrera de los 120 dólares, lo que, dicen, supondría una fuerte ralentización de la salida de la crisis, la posibilidad de una intervención militar por parte de las potencias occidentales va en aumento. De hecho, Estados Unidos ya se ha ofrecido para ayudar en lo que haga falta a quienes se oponen al régimen de Gadafi y mantiene movilizadas a sus tropas navales y aéreas en el Mediterráneo y norte de África ante la posibilidad de un ataque inminente. El pretexto, defender a los rebeldes de la barbarie de Gadafi; la razón, impedir el aumento del precio del petróleo y evitar cualquier freno al crecimiento económico; las consecuencias, un baño de sangre y muchísimas más víctimas.
            Ante esta situación algunos consideran que el uso de la fuerza representa un mal menor y que, en cualquier caso, es necesario para poder detener a Gadafi, pero tengo para mí que un ataque por parte de las fuerzas de la OTAN, con o sin la autorización de la ONU, sólo servirá para empeorar la situación y multiplicar las víctimas. La experiencia de Irak y de Afganistán debiera bastarnos para rechazar la opción militar. Y no es que no desee que Gadafi sea juzgado por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, por ordenar bombardear a la población civil cuando se manifestaba en su contra, o por crímenes de guerra, por ordenar el asesinato de los opositores cuando éstos ya estaban armados. Pero que los encargados de entregar a Gadafi ante la Corte Penal Internacional sean precisamente quienes no reconocen la autoridad de ese tribunal no deja de ser un ejercicio del mayor cinismo y una muestra más de que la dignidad de las personas y los derechos humanos son sólo cuestiones secundarias para los de nuevo autoproclamados defensores del mundo libre.
            En Canarias tampoco somos ajenos a esta doble moral occidental. Así hemos pasado de mirar con simpatía progresista la oleada revolucionaria y frotarnos las manos con la llegada masiva de turistas derivados que eligen las Islas ante la imposibilidad de viajar a Egipto o Túnez, a torcer el gesto a causa de la subida del precio del petróleo y la posibilidad de que las llamas de la revolución lleguen tan cerca que amenacen con quemar nuestro bienestar. Y es que una cosa es que los vecinos africanos luchen por su dignidad y otra que sus derechos fundamentales nos cuesten dinero.

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