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ay que ver las
sorpresas que puede dar la democracia a quienes se apresuran a ganar referendos
y elecciones antes de que se celebren. Y es que últimamente no hay manera de
que las urnas satisfagan a las élites: primero fue el Brexit, luego Colombia, después Trump y ahora, salvando las
distancias, Pedro Sánchez. Quién iba a decir que el dimitido, más bien
depuesto, secretario general del PSOE emergería de sus cenizas cual ave fénix
para hacerse de nuevo con la secretaría general del partido de la rosa. El
mismo que el pasado octubre tuvo que dejar el cargo después de que 17 miembros
de la ejecutiva federal de su partido dimitieran en bloque para impedirle
intentar formar un gobierno alternativo. El mismo que hubo de abandonar su
escaño para no quebrantar la disciplina de partido frente a la abstención
pergeñada por la gestora que hizo posible que Mariano Rajoy fuera investido,
¡ay!, presidente del Gobierno.
Cuando Pedro Sánchez alcanzó por
primera vez la secretaría general del PSOE, en el verano de 2014, se enfrentó
también a otros dos candidatos: Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias.
Susana Díaz no concurrió a esas primarias y entonces se dijo que era una
estrategia del aparato, que se nombraba a Pedro Sánchez secretario general para
que se quemara él y no desgastar a la elegida por las élites del partido. Tanto
fue así que columnistas y tertulianos del más diverso pelaje ideológico no
tuvieron ningún reparo en apodarlo el Breve, los mismos que, imagino, se
apresuran ahora a referirse al flamante nuevo secretario general del PSOE con
el sobrenombre de Pedro Sánchez el Renacido. El tiempo dirá si el renacimiento
de marras, tan celebrado por la militancia como denostado por la vieja guardia,
se consolida o resulta ser efímero. Y es que en política, a diferencia de lo
que ocurre en la vida, se puede morir dos veces y por muchos llamamientos a la unidad
que se hagan por parte de unos y otros, la reconciliación no parece muy creíble
y la rosa desprende un inconfundible aroma a conspiración.
Sea como fuere, hay que concederle a Pedro Sánchez que
tenía razón cuando decía ser el candidato de la militancia. Ahora hay que
exigirle al recién elegido secretario general de los socialistas coherencia con
las siglas y con el izquierdismo que dice defender, por más que resulte
llamativo que el que fuera considerado el menos izquierdista de los tres
candidatos de 2014 haya sido, finalmente, el que haya hecho que La internacional vuelva a sonar en
Ferraz. Tal izquierdismo no se puede limitar a entonar himnos con el puño en
alto y debe traducirse en un intento serio de liderar un pacto con otras
fuerzas políticas de izquierdas que constituya una alternativa real para desalojar
al Partido Popular del Gobierno, si es que Pedro Sánchez aspira a que su
partido pueda diferenciarse nítidamente del PP y deje de tener sentido que nos
refiramos a ambos como el PPSOE.
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