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terrorismo islamista ha vuelto a golpear cerca de casa, y ya van demasiadas
veces. Tantas que cada día cuesta más seguir pensando que, en realidad, el
islamismo, desde la perspectiva que nos proporcionan las estadísticas, no es
una amenaza. Y es que el número de víctimas mortales en la vieja Europa a manos
de los yihadistas es cuasi insignificante si lo comparamos con los muertos en
accidentes de tráfico o, lo que aún resulta más terrible, con el número de
suicidios o, a qué negarlo, las víctimas de la violencia de género. Pero las
estadísticas son frías y el dolor de las víctimas y sus seres queridos es
caliente. Y para el que sufre un atentado, o para aquel a quien le han
arrancado un ser querido, las estadísticas no sirven de consuelo.
Sin embargo, ciertas dosis de
frialdad son necesarias para comprender mejor el problema al que nos
enfrentamos, su dimensión real y las medidas necesarias para afrontarlo: la
indignación en caliente es comprensible, pero ayuda poco en este sentido. Por
ello debemos huir de soluciones y análisis exprés como los de Theresa May y
Jeremy Corbyn, que en la vorágine de la carrera electoral se rinden al
populismo, tan denostado por los partidos de bien. Competir públicamente por
quién ha recortado más la financiación de la policía o quién tiene menos
escrúpulos para emplear la mano dura, lo que se traduce en la lesión de
derechos de la ciudadanía, sirve para contentar a las masas enfurecidas, pero
no para luchar eficazmente contra el terrorismo; antes al contrario, se diría
que lo alimenta y le ayuda a conseguir sus objetivos. Y es que contra lo que se
ha dicho, el terrorismo islamista es más una guerra contra la democracia y los
derechos humanos que contra Occidente, como muestra el hecho de que el Estado
Islámico atente sobre todo en países de población mayoritariamente musulmana.
Así pues, no se trataría tanto de
defender a Europa y a la cultura occidental de la agresión del Islam, como tan
interesada y perversamente se insiste desde la derecha más reaccionaria, sino
de defender la democracia y los derechos humanos frente al fundamentalismo, así
como frente a cualquier forma de totalitarismo. Y en lo que a Europa se
refiere, deberíamos empezar por preguntarnos por qué algunos europeos deciden
abandonarse a la barbarie y arremeter contra la vida de sus conciudadanos. Por
supuesto que la primera responsabilidad de los asesinatos la tienen los propios
asesinos, pero algo debe estar fallando en nuestras sociedades para que algunos
de sus miembros se radicalicen hasta el punto de estar dispuestos a sacrificar
sus propias vidas sin otro objetivo que sembrar la muerte y el odio. Es por
ello que en la lucha contra el terrorismo islamista, una de las claves es
evitar los procesos de radicalización y ahí la educación juega un papel
determinante, pero, lamentablemente, en España la Educación para la Ciudadanía
y los Derechos Humanos no está entre las prioridades del Gobierno.
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