viernes, 7 de julio de 2017

¿Nuestra democracia se ha hecho cuarentona?

A
lguien podría pensar que la cuestión que da título a este artículo es en realidad una pregunta retórica, pues es un hecho que la democracia española acaba de cumplir 40 años, como los medios de comunicación, diferentes instituciones y personas diversas nos han recordado en estos días con distintas celebraciones, homenajes y hasta críticas. En efecto, si se toman la molestia de buscar el término cuarentón en el Diccionario de la lengua española editado por la Real Academia Española (RAE), verán que este nos remite a la palabra cuadragenario, la cual es definida como sigue: “Dicho de una persona: Que tiene entre 40 y 49 años”. Y si esto es así, ahora que se cumplen 40 años de la celebración de las primeras elecciones en España, lo que daría lugar a la Constitución del 78, entonces parece claro que nuestra democracia es cuadragenaria o cuarentona.
Sin embargo, la definición del Diccionario de la RAE señala, como hemos visto, que el término de marras tiene ese significado cuando se aplica a personas: nada dice de instituciones, regímenes políticos o períodos históricos. Por lo demás, y aunque la RAE no señale nada al respecto, tengo para mí que el adjetivo cuarentón se emplea siempre con un cierto desdén, para enfatizar que ya no se es joven, el cual deriva, qué duda cabe, de cierta sobrevaloración de la juventud. Una sobrevaloración de la que solo somos conscientes, claro está, los que ya no somos tan jóvenes, aquellos que en público señalamos con impostada autosuficiencia que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, pero por las noches no podemos dejar de evocar los versos de Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro…”.
Nostalgias aparte, y volviendo a la cuestión que nos ocupa, lo cierto es que nuestra democracia es objetivamente cuarentona, si se nos permite aplicar este adjetivo a algo como una democracia, que no es en sí una persona, pero sólo puede estar constituida por personas, toda vez que tiene 40 años de vida y las matemáticas son testarudas. Empero, para dar respuesta a nuestra pregunta, no bastan las matemáticas, sino habrá que tirar también de hermenéutica, pues para ser propiamente cuarentona, ya lo decíamos, será necesario que nuestra democracia haya dejado de ser joven. Y es en este punto donde los 40 años dejan de ser objetivos, pues sin en un ser humano, según el célebre tango, 20 años no es nada, referidos a un período histórico, 40 años son menos. De lo que se desprende que, pese a sus cuatro décadas, nuestra democracia sigue siendo, desde este punto de vista al menos, decididamente joven.
Mas si atendemos al desdén que implica el término cuarentón y a que, sobrevaloraciones aparte, vinculado al término juventud se halla el verbo rejuvenecer, que, en la acepción que ahora nos interesa, significa renovar, dar modernidad o actualizar, debiéramos pensar si nuestra joven y a la vez cuarentona democracia no debiera ser rejuvenecida. Y es que por más que estos 40 años bien puedan ser concebidos como un tiempo de progreso, y sin necesidad de poner en cuestión el que se ha dado en llamar el régimen del 78, lo que tampoco habría de ser obstáculo para examinar críticamente nuestra historia reciente y lo que supuso la transición en tanto que pacto de silencio y de olvido de las víctimas de la barbarie franquista, lo cierto es que nuestra democracia comienza a mostrar síntomas de agotamiento. Por ello, más allá de fastos y conmemoraciones, lo que necesitamos es repensar nuestra democracia para avanzar hacia nuevas formas más genuinamente democráticas que den cabida a una mayor participación de la ciudadanía en los asuntos públicos, donde tenga lugar una distribución de la riqueza y del trabajo más igualitaria, si es que no queremos que nuestra democracia se convierta definitivamente en una cuarentona sin remedio. 

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