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lguien
podría pensar que la cuestión que da título a este artículo es en realidad una
pregunta retórica, pues es un hecho que la democracia española acaba de cumplir
40 años, como los medios de comunicación, diferentes instituciones y personas
diversas nos han recordado en estos días con distintas celebraciones, homenajes
y hasta críticas. En efecto, si se toman la molestia de buscar el término
cuarentón en el Diccionario de la lengua
española editado por la Real Academia Española (RAE), verán que este nos
remite a la palabra cuadragenario, la cual es definida como sigue: “Dicho de
una persona: Que tiene entre 40 y 49 años”. Y si esto es así, ahora que se
cumplen 40 años de la celebración de las primeras elecciones en España, lo que
daría lugar a la Constitución del 78, entonces parece claro que nuestra
democracia es cuadragenaria o cuarentona.
Sin embargo, la definición del Diccionario de la RAE señala, como hemos
visto, que el término de marras tiene ese significado cuando se aplica a
personas: nada dice de instituciones, regímenes políticos o períodos
históricos. Por lo demás, y aunque la RAE no señale nada al respecto, tengo
para mí que el adjetivo cuarentón se emplea siempre con un cierto desdén, para
enfatizar que ya no se es joven, el cual deriva, qué duda cabe, de cierta
sobrevaloración de la juventud. Una sobrevaloración de la que solo somos
conscientes, claro está, los que ya no somos tan jóvenes, aquellos que en
público señalamos con impostada autosuficiencia que la juventud es una
enfermedad que se cura con el tiempo, pero por las noches no podemos dejar de evocar
los versos de Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro…”.
Nostalgias aparte, y volviendo a la
cuestión que nos ocupa, lo cierto es que nuestra democracia es objetivamente
cuarentona, si se nos permite aplicar este adjetivo a algo como una democracia,
que no es en sí una persona, pero sólo puede estar constituida por personas,
toda vez que tiene 40 años de vida y las matemáticas son testarudas. Empero,
para dar respuesta a nuestra pregunta, no bastan las matemáticas, sino habrá
que tirar también de hermenéutica, pues para ser propiamente cuarentona, ya lo
decíamos, será necesario que nuestra democracia haya dejado de ser joven. Y es
en este punto donde los 40 años dejan de ser objetivos, pues sin en un ser
humano, según el célebre tango, 20 años no es nada, referidos a un período
histórico, 40 años son menos. De lo que se desprende que, pese a sus cuatro
décadas, nuestra democracia sigue siendo, desde este punto de vista al menos,
decididamente joven.
Mas si
atendemos al desdén que implica el término cuarentón y a que, sobrevaloraciones
aparte, vinculado al término juventud se halla el verbo rejuvenecer, que, en la
acepción que ahora nos interesa, significa renovar, dar modernidad o
actualizar, debiéramos pensar si nuestra joven y a la vez cuarentona democracia
no debiera ser rejuvenecida. Y es que por más que estos 40 años bien puedan ser
concebidos como un tiempo de progreso, y sin necesidad de poner en cuestión el
que se ha dado en llamar el régimen del 78, lo que tampoco habría de ser
obstáculo para examinar críticamente nuestra historia reciente y lo que supuso
la transición en tanto que pacto de silencio y de olvido de las víctimas de la
barbarie franquista, lo cierto es que nuestra democracia comienza a mostrar síntomas
de agotamiento. Por ello, más allá de fastos y conmemoraciones, lo que
necesitamos es repensar nuestra democracia para avanzar hacia nuevas formas más
genuinamente democráticas que den cabida a una mayor participación de la
ciudadanía en los asuntos públicos, donde tenga lugar una distribución de la
riqueza y del trabajo más igualitaria, si es que no queremos que nuestra
democracia se convierta definitivamente en una cuarentona sin remedio.
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