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no se puede uno ni ir de vacaciones. Se escapa uno una semanita a Fuerteventura,
en realidad cinco días, que la cosa no está para demasiadas alegrías, y a la
vuelta, después de ese tiempo bajo el sol majorero sin tan siquiera abrir un
periódico, se encuentra con el país patas arriba porque, de repente, ha
estallado un brote de turismofobia:
así que en los escasos días que hemos sido turistas hemos estado expuestos, sin
ni siquiera enterarnos, a los peligros de esta nueva forma de protesta que,
según dicen, amenaza con acabar con la que es la primera actividad económica de
España. Y es que los últimos actos en contra del turismo en Cataluña y Baleares
han despertado las alertas de las élites económicas y políticas que temen que
aquellos a quienes acusan de turismofobia
consigan matar la gallina de los huevos de oro.
Desde luego no seré yo quien aplauda
determinado tipo de actos violentos como los ataques a una guagua de turistas o
a las instalaciones de una empresa de alquiler de bicicletas, por citar algunos
de los altercados más sonados en los medios de comunicación en estos días,
según he podido saber tirando de hemeroteca. Pero que uno esté en desacuerdo
con este tipo de actuaciones no significa que deba aceptar acríticamente los
desmanes de este motor de la economía que, sigamos con la metáfora, es más bien
un motor de escasa cilindrada. Y es que el turismo, precisamente por su
importancia, más aún en Canarias, merece ser objeto de reflexión crítica sin
que por ello se nos tilde a quienes así pensamos de turimófobos. Pues si bien es cierto que el turismo constituye el
pilar de la economía en las Islas y en buena medida ha contribuido a que la
sociedad canaria actual sea mejor, desde prácticamente cualquier punto de
vista, que la que era a mediados del siglo pasado, también lo es que no está
exento de problemas.
El modelo desarrollista que se implantó en
Canarias desde la década de los 60, similar al de otras zonas costeras de la
Península o Baleares, es altamente agresivo y ha tenido como consecuencia,
entre otros efectos negativos para el medio ambiente, la depredación del
territorio, que es nuestro principal recurso. Además, a pesar de la riqueza y
el empleo que genera, el turismo se ha revelado incapaz de sacar a las Islas de
la pobreza, no consigue que el paro baje significativamente y, por lo general, los
puestos de trabajo que crea son de poca calidad y, en muchas ocasiones,
vinculados a la construcción, que es un negocio paralelo que vive del turismo
y, paradójicamente, puede acabar con él. Así que, no nos engañemos, la gallina
de los huevos de oro también defeca y los huevos que pone no son para todos: la
clase trabajadora isleña mantiene con los grandes empresarios del turismo una
relación similar a la que otrora mantenía con los caciques y exportadores
agrícolas. Por ello urge que nos replanteemos el modelo de turismo que
queremos, el modelo productivo, ¡y distributivo!, en general, si de verdad
queremos que en Canarias se puedan alcanzar unas condiciones de vida propias de
un país desarrollado.
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