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na de las
lecciones que nos proporciona la crisis de Cataluña es que no debemos
subestimar las convicciones ideológicas como agentes motivadores de la toma de
decisiones, que es lo que, a mi juicio, hace el trío del 155, cuando insiste en
que los gobernantes deben dedicarse a resolver los problemas que de verdad
importan a la gente y dejarse de ensoñaciones independentistas. Por más que
resulte una obviedad que las cuestiones vinculadas a las condiciones de vida
son fundamentales para cualquier ser humano, ello no significa que sean las
únicas, ni tan siquiera las más importantes, para las personas. El masivo apoyo
al independentismo en Cataluña, mayoritario o no sigue siendo una incógnita, es
una buena muestra de que la ideología juega un papel crucial en las decisiones
de los individuos, que no se pueden explicar mediante reducciones
economicistas. Y es que, como dijo Jesús de Nazaret y canta Extremoduro, “no
solo de pan vive el hombre”.
Qué
duda cabe que los problemas vinculados al desempleo, la precariedad laboral,
los bajos salarios, la calidad de los servicios sociales como la sanidad o la
educación son cruciales para la inmensa mayoría de nosotros, los que, al no ser
ricos de cuna ni disponer de cuentas millonarias en ninguno de los paraísos
fiscales que en el mundo hay, dependemos de nuestro trabajo y de los servicios
públicos para llevar a cabo una vida digna. Mas ello no significa que esas
cuestiones sean las únicas importantes para nosotros, pues asuntos como el de
la libertad, siempre vinculada a las condiciones materiales de existencia pero
no reductible a ellas, parece que han tenido una gran relevancia histórica y
quiero pensar que la seguirán teniendo. ¿Acaso nos conformaríamos con un
régimen totalitario que atendiera nuestras necesidades materiales o exigiríamos
vivir en una democracia en la que se protegiera como un valor supremo la
libertad individual?
La
libertad, asunto ideológico donde los haya, es uno de esos grandes valores
junto a la igualdad y la dignidad sobre los que se sustentan los derechos
humanos y que dan sentido a la democracia, pues, como en alguna otra parte he
escrito, la democracia es una exigencia ética que deriva de las exigencias
morales de libertad e igualdad que son los derechos humanos. Y si esa exigencia
ética que es la democracia no puede ser otra cosa que el autogobierno de los
ciudadanos, entonces debemos tomar buena nota de otra de las lecciones que nos
ha dejado la crisis de Cataluña y que, una vez más, arroja luz sobre la
antagónica relación entre democracia y capitalismo. Me estoy refiriendo a la fuga
de grandes empresas de Cataluña a otros lugares de España a causa de la deriva
independentista y al chantaje de algunos grandes empresarios catalanes que
amenazan con marcharse si vuelven a ganar las elecciones los independentistas. Una
muestra más de que en nuestras democracias la ciudadanía, independentista o no,
solo puede tomar aquellas decisiones que cuenten con el beneplácito de las
élites económicas, lo cual resulta a todas luces antidemocrático.
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