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uienes militamos a
favor de la causa de la filosofía en Gran Canaria, se trate de profesionales de
esta secular disciplina o de personas vinculadas profesionalmente a otros ámbitos
pero interesadas en los asuntos filosóficos, tuvimos el pasado martes la
oportunidad de asistir a una conferencia magistral sobre el pensamiento del
filósofo francés Henri Bergson en la Sala de Piedra de la sede institucional de
la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). La conferencia corrió a
cargo de José Manuel Santiago, profesor del Instituto Superior de Teología de
las Islas Canarias (ISTIC), y se desarrolló en el marco de las Conversaciones
de Filosofía que, desde hace ya 15 años, viene organizando el Aula Manuel
Alemán de la ULPGC. Santiago es un especialista en Bergson, no en vano se
doctoró hace unos años en Filosofía con una tesis que versa sobre el
pensamiento del autor francés, así que, como era de esperar, su exposición fue
brillante.
Tal como mostró Santiago, el pensamiento de
Bergson se inscribe en el espiritualismo francés de finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, lo que lo sitúa a contracorriente del pensamiento
hegemónico de la época marcado por un materialismo y positivismo radicales y negadores
de la posibilidad de la libertad humana. Frente al determinismo preponderante,
Bergson se revela, y rebela, como un defensor a ultranza de la libertad del
hombre y halla el fundamento de esa libertad en la existencia del alma, pues la
conciencia, a juicio del francés, no puede quedar reducida al cerebro ni a los
procesos puramente físicos o químicos que allí se desarrollan. Una tesis que
Santiago, como tuvimos oportunidad de comprobar, comparte con Bergson.
La libertad humana que defiende
Bergson, y Santiago con él, no es la de una humanidad en abstracto sino la
libertad de los individuos concretos y ello es algo que, por mi parte, solo
puede ser digno de elogio, más aún en un tiempo en el que, como hemos dicho,
predominaba un pensamiento instalado en un materialismo que más que radical yo
calificaría de ingenuo. Algo similar a lo que ocurre hoy, salvando las
distancias, cuando cierta filosofía postmoderna, desde parámetros diferentes,
se ha apresurado a celebrar la muerte del sujeto y con ello la liquidación de
la conciencia y de la autonomía inherente al ser humano. Sin embargo, defender,
todavía hoy, la subjetividad, la conciencia y la libertad del individuo no
tiene necesariamente que hacerse desde posiciones metafísicas como hacen
Bergson y Santiago, sino que bien pudiera hacerse sin necesidad de apelar a la
existencia del alma, es decir, desde una filosofía postmetafísica de la
conciencia, una filosofía materialista de nuevo cuño que no reniega ni de la
conciencia ni de la libertad.
El tema de la libertad en el
pensamiento de Bergson no fue el único que trató Santiago en su conferencia,
fue más bien, cuestiones biográficas aparte, el punto de partida, pues a lo
largo de su exposición fue desgranando algunos aspectos centrales del
pensamiento de Bergson para culminar señalando que la experiencia mística
constituye, en opinión del francés, el origen de las dos fuentes de la moral y
de la religión: la presión social, generadora de una moral cerrada y una
religión estática; y el impulso vital, generador de la moral abierta y la
religión dinámica. Sin duda la clasificación bergsoniana de la moral y la
religión es en sí misma polémica, toda vez que si bien pudiera interpretarse en
términos de heteronomía (moral cerrada) y autonomía (moral abierta), también se
puede entender como el reflejo de un cierto eurocentrismo no superado. Con
todo, lo que me resulta más llamativo es el énfasis que pone Bergson en la
experiencia mística, pues esta no casa bien con la libertad del individuo. Y es
que lo característico de la actitud mística es la búsqueda del distanciamiento
de sí mismo, de su disolución en la totalidad, y ello, a mi modo de ver, es
difícilmente compatible con la libertad individual.
Discrepancias aparte, pues el propio
Santiago nos hizo ver que, a su juicio, la libertad de la persona no solo no es
incompatible con la experiencia mística sino que se enriquece a partir de ella,
no me gustaría concluir este artículo sin señalar, una vez más, que la
intervención de Santiago no solo resultó sumamente interesante sino que
constituye una buena muestra del buen nivel de la filosofía que se hace en
Canarias. Solo nos resta pues congratularnos por ello y esperar la pronta
publicación de su tesis doctoral para adentrarnos un poco más en el pensamiento
de Bergson y del propio Santiago.
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