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i hay algo que
comparten todos los lectores de esta parte del mundo, además del gusto por la
lectura, claro está, es su convencimiento de que los libros, los que se
aprecian, no se deben prestar. Pues es sabido que la inmensa mayoría de las
veces los libros prestados devienen en libros perdidos. Sin embargo, esta
máxima no siempre se cumple, como he podido comprobar recientemente cuando un
compañero de profesión, profesor de Filosofía, quiero decir, y sin embargo
amigo, que diría el maestro, me devolvió un volumen que yo le había dejado 10 o
15 días atrás, contradiciendo la sabiduría colectiva de tantos y tantos
lectores que recomienda no prestar aquellos libros de los que no quiera uno
desprenderse definitivamente. Una vez más el disenso se reveló más estimulante
que el consenso, pues romper la norma de marras, la de no prestar los libros
que se aprecian, sirvió para que mi colega demostrara que incluso entre los
lectores más entusiastas hay gente decente que sabe agradecer un detalle de
generosidad devolviendo la obra prestada una vez leída.
Más allá de esta pequeña satisfacción se halla el placer de haber podido comentar con mi colega el libro en cuestión, que a él le gustó mucho, según me dijo, y a mí me causó también una gran impresión cuando lo leí hace ya algunos años. Y es que Los milagros prohibidos, de Alexis Ravelo, es una de esas obras que no dejan indiferente a quien la lee, un novelón, incluso. Ravelo, como es sabido, es uno de los grandes de la novela negra en España y cuenta en su haber, dentro del género, además de las protagonizadas por el carismático Eladio Monroy, con algunas grandes novelas como La estrategia del pequinés, La última tumba o Un tío con una bolsa en la cabeza. Se trata de obras en las que, como en alguna otra ocasión ya he señalado, el autor aprovecha el género negro y criminal para, con la maestría que le caracteriza, hacer la crítica social más certera y en las que siempre hay referencias filosóficas de enjundia que Ravelo pone al alcance de cualquier lector.
Los milagros prohibidos, en cambio, no es una novela negra, aunque lo criminal forma parte de la esencia de esta historia que el autor dedica “a quienes se negaron a olvidar”. A quienes se empeñaron en mantener en la memoria la Semana Roja de La Palma, la que transcurrió en los siete días que siguieron al 18 de julio de 1936, y las historias de persecución, humillación y dolor sufridas a manos de las hordas fascistas que desplegaron impunemente la barbarie por la isla durante los años ulteriores. A mi amigo le encantó Los milagros prohibidos, aunque le hubiera gustado un final diferente. A mí, en cambio, me parece el mejor posible, pues de otro modo no se haría justicia a la memoria de las víctimas. Y es que yo leo esta historia como un homenaje a todas las personas normales y corrientes que en algún momento fueron perseguidas o siguen siendo perseguidas hoy, en el franquismo, bajo la barbarie nazi, la bota de Stalin o dondequiera que sea. Mi colega sigue dividiendo el mundo entre azules y rojos; yo, en cambio, creo que el mundo se divide más bien entre la gente más o menos decente y los hijos de puta, que, ¡ay!, están en todas partes.
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