miércoles, 23 de diciembre de 2020

Pluralismo contra manipulación

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n la que, según creo, es la última novela de Mario Vargas Llosa, Tiempos recios, el Nobel de Literatura nos muestra cómo la United Fruit, una empresa estadounidense dedicada fundamentalmente a la importación de fruta desde América Central, conspiró a mediados del siglo XX para que tanto la opinión pública norteamericana como el propio Gobierno de Estados Unidos creyeran que en Guatemala había un gobierno procomunista, prosoviético, que era una amenaza para la democracia estadounidense. En realidad, según se relata en la novela, el profesor Arévalo, a la sazón presidente de Guatemala, no solo no era comunista, sino que era un anticomunista convencido, y todo su afán estaba orientado a la consolidación de la democracia en Guatemala y a hacer de la pequeña república centroamericana un país moderno. Pero esto era algo que contravenía los intereses de la empresa frutera, de ahí su empeño en difamar al Gobierno de Guatemala.  

            El artífice de esa gran manipulación fue el célebre publicista Edward L. Bernays, autor de una obra emblemática titulada Propaganda. Allí, como narra Vargas Llosa, puede leerse: “La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país… La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda”. Y a ello se aplica Bernays sin el más mínimo escrúpulo, manipulando a la prensa norteamericana más progresista para a través de ella manipular al Gobierno de Estados Unidos y a la opinión pública norteamericana: “Conviene que todo ocurra de manera natural, no planeada ni guiada por nadie, y menos que nadie por nosotros, interesados en el asunto. La idea de que Guatemala está a punto de pasar a manos soviéticas no debe provenir de la prensa republicana y derechista de Estados Unidos, sino más bien de la prensa progresista, la que leen y escuchan los demócratas, es decir, el centro y la izquierda. Es la que llega al mayor público. Para dar mayor verosimilitud al asunto, todo aquello debe ser obra de la prensa liberal”, le espeta el Bernays novelado por Vargas Llosa al Directorio de la United Fruit.

           Como se ve, la difusión de noticias falsas con el intento de manipular a la ciudadanía para satisfacer los intereses propios, en muchos casos ilegítimos, no es algo nuevo. Para ello, las redes sociales son una herramienta de gran utilidad, como lo son, sin duda, los medios de comunicación convencionales, prensa, radio y televisión. Y si una empresa, por más que se trate de una poderosa multinacional, es capaz de diseñar planes de manipulación tan ambiciosos, qué no serán capaces de hacer los gobiernos, sobre todo aquellos de los países más poderosos del mundo. Es por ello que, para luchar contra la difusión de noticias falsas, resulta ingenuo confiar en la buena voluntad del gobierno de turno, pues los gobiernos y los partidos políticos son algunos de los grandes difusores de fake news. Algo similar ocurre con los grandes medios de comunicación, cada uno con sus propios intereses empresariales y sus afinidades ideológicas. De ahí que la mejor arma contra la manipulación informativa sea, hoy como ayer, la defensa del pluralismo, tanto mediático como político, que no impedirá la circulación de bulos, pero puede contribuir a su neutralización y a que los individuos puedan juzgar por sí mismos. 

domingo, 20 de diciembre de 2020

Entre la censura y la desinformación

 

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a desinformación es uno de los grandes problemas a los que las democracias contemporáneas deben hacer frente. Así lo entienden en la Unión Europea y así lo entienden también en España. De ahí que el Gobierno trate de poner freno a la ingente cantidad de bulos y fake news que corren por el universo virtual y que tienen nefastas consecuencias en el mundo real. La iniciativa del Gobierno, aun contando con el visto bueno de la UE, ha hecho que la derecha española, la política y la mediática, tan dada a tirarse de los pelos últimamente, haya puesto el grito en el cielo y haya acusado a los socialcomunistas, que es como la derecha llama a la coalición que gobierna, de querer montar algo así como el Ministerio de la Verdad, expresión tomada de 1984, la célebre obra de George Orwell.

Resulta cuando menos irónica la apelación a Orwell por parte de los nostálgicos del franquismo, pues si bien es cierto que el autor británico fue un crítico mordaz del estalinismo y de toda suerte de comunismo autoritario, también lo es que tal crítica la hizo desde la izquierda; no en vano, Orwell participó en la Guerra Civil española luchando contra el fascismo en las filas del POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista. Y si entre sus obras se encuentran la ya mencionada 1984 o Rebelión en la granja, de lectura obligatoria para los que sientan la más mínima añoranza del Muro de Berlín, no podemos olvidar Homenaje a Cataluña, que en los años 90 inspiraría el largometraje Tierra y libertad del también británico Ken Loach, un director de cine que es bien conocido por su izquierdismo y el compromiso social de sus películas. En ese libro, Orwell narra su experiencia en la Guerra Civil española, su lucha contra el fascismo, pero también denuncia la persecución que anarquistas y socialistas libertarios, así como trotskistas, sufrieron por parte del estalinismo hegemónico en el bando republicano.

Orwell fue un defensor a ultranza de la libertad del individuo, lo cual no es ni mucho menos incompatible con la izquierda, al menos no con la izquierda libertaria en la que él mismo militó y la única que, a mi juicio, merece la pena seguir defendiendo. En consonancia con su vindicación de la libertad está la defensa del derecho a la información y a la libertad de expresión que con tanto ahínco cultivó. Se trata, qué duda cabe, de derechos fundamentales sin los cuales no es posible la democracia. La censura es el más claro ataque a esos derechos, pero, no seamos cándidos, también la sobreinformación y, sobre todo, la infoxicación, el flujo continuo e ingente de fake news por los más diversos canales, ponen en riesgo la libertad individual. La información veraz ha de moverse entre esos dos polos, pero resultaría igualmente ingenuo pensar que el Gobierno, cualquier gobierno, nos librará de las noticias falsas sin incurrir en la censura. Y es que frente a la desinformación la mejor arma sigue siendo el argumento. Y así las cosas, qué quieren que les diga, mejor infoxicado que censurado. 

miércoles, 9 de diciembre de 2020

España fuera de España

 

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l 10 de diciembre se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos. Los más descreídos argüirán que los días internacionales sirven más bien de poco, y aunque hay algo de cierto en esa afirmación, tengo para mí que la efemérides de marras es una de las más importantes de las muchas que se celebran a lo largo del año. Y es que los derechos humanos son un gran invento, el gran invento de la humanidad, a pesar de que no siempre se respetan como debieran. Mas el hecho de que los derechos humanos no siempre se respeten no les resta un ápice de validez, pues si la crítica a la pretendida universalidad de los derechos humanos tiene algún sentido es precisamente porque, en efecto, no siempre se cumplen, pero deberían cumplirse. Quiere ello decir que la falta de universalidad de facto de los derechos humanos solo es criticable desde el convencimiento de su universalidad de iure y de su validez moral universal.

            La violación de los derechos humanos es uno de los mayores problemas a los que ha de hacer frente la humanidad. Y si siempre es preocupante que no se respeten los derechos humanos, que se conculquen en los países democráticos, en los países que presumen de ser democracias plenas y que hacen gala de la fortaleza del Estado de derecho, lo es mucho más. Tal es el caso de España y así lo ha denunciado Amnistía Internacional, una organización en defensa de los derechos humanos nada sospechosa de ser un instrumento de la derecha ultramontana ni tampoco del Gobierno que la derecha española, ultramontana o no, gusta de llamar socialcomunista. Y es que, según el informe publicado recientemente por Amnistía Internacional, en España se violaron hasta cinco derechos fundamentales de las personas mayores que viven en residencias en Madrid y Cataluña durante los primeros meses de la pandemia. Ni las derechas en Madrid, ni los independentistas en Cataluña, ni la coalición entre el PSOE y Unidas Podemos supieron salvaguardar los derechos humanos de estas personas.

            Otro caso reciente de violación de derechos humanos en España lo hemos vivido, lo estamos viviendo, en Canarias. El llamado campamento de la vergüenza de Arguineguín, hoy felizmente desmantelado, constituye el penúltimo atentado contra los derechos humanos perpetrado en las Islas. Las deplorables condiciones en las que han vivido estas personas atentan claramente contra la dignidad del ser humano y no sabemos si en el campamento de Barranco Seco serán mejores, toda vez que no se permite el acceso libre a los medios de comunicación, en lo que constituye una vulneración en toda regla del derecho a la información, otro de esos derechos humanos que está siendo pisoteado. Además, diversas organizaciones han denunciado que los derechos fundamentales de los inmigrantes no se están respetando en lo que se refiere al derecho a la asistencia jurídica o el derecho al asilo. Y todo ello ocurre en un territorio que forma parte de España y de la Unión Europea. Será que, así como Madrid es España dentro de España, Ayuso dixit, Canarias es España fuera de España, fuera de Europa y fuera de la legalidad que obliga a respetar los derechos fundamentales de todos los seres humanos sin distinción.

jueves, 29 de octubre de 2020

No todos los miedos son iguales

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ice Emmanuel Macron, presidente de Francia, que el miedo va a cambiar de bando. Es lo mismo que hace unos años afirmaba Pablo Iglesias, cuando aún no tenía asiento en el Consejo de Ministros y Podemos aspiraba a asaltar el cielo. Entonces a Iglesias lo criticaron desde la derecha, el centro y hasta la izquierda con la que hoy comparte gobierno en calidad, nada menos, que de vicepresidente segundo. Y es que, según los críticos, las proclamas de Iglesias sonaban poco democráticas, amenazantes para todo aquel que no comulgara con sus ideas. Por supuesto, nada de ello era cierto, como el tiempo ha demostrado, amén de si las políticas del Gobierno y su gestión de la pandemia nos parecen más o menos acertadas. A Macron, en cambio, que ha dicho lo mismo pero en francés, no solo no se le critica sino que hasta se le aplaude por la contundencia de sus palabras después del vil asesinato de un profesor por defender la libertad de expresión.

Cuando Iglesias afirmó que el miedo iba a cambiar de bando no me pareció mal, pues, francamente, no veía yo, y sigo sin verlo, qué tiene de malo que en vez de que millones de personas tengan miedo a perder su empleo, a perder su vivienda o a caer en el pozo de la pobreza, los más adinerados temieran no ya dejar de ser multimillonarios sino solo serlo un poco menos, que las grandes fortunas temieran tener que pagar los impuestos que les corresponden, que las grandes empresas tuvieran miedo de no poder seguir defraudando… en fin, que los más privilegiados tuvieran miedo de que si Podemos llegara al poder se pudiera avanzar en la construcción de una sociedad menos injusta. Que el miedo cambiara de bando, ya digo, no me pareció mal; me resultó inverosímil, altamente improbable. Tras nueve meses de Gobierno de coalición, yo diría que el miedo sigue estando en el mismo sitio.

Las palabras de Iglesias en la boca de Macron cobran un significado distinto, pues el presidente de la république, tan centrado, tan moderado, tan transversal, seguro que no tiene en mente la lucha de clases, así que los bandos a los que se refiere han de ser otros. Quiero pensar que la lucha que Macron tiene en mente es la de los demócratas frente a los totalitarios y que, a partir de ahora, serán los terroristas quienes hayan de temer a los demócratas. Ello ya sería suficientemente grave, pues implicaría que la ciudadanía francesa ha vivido atemorizada en los últimos tiempos frente a la barbarie del fundamentalismo islámico. En la defensa de las libertades no se debe ceder ni un milímetro, el sagrado derecho a la libertad de expresión incluye, no faltaba más, el de criticar cualesquiera creencias, incluidas las religiosas, lo mismo da que se trate del cristianismo, el islam, el judaísmo o la religión que sea. Mas sería un grave error confundir la lucha por la libertad con la lucha identitaria, confundir, sin más, terrorista con musulmán. Y es que el miedo debe cambiar de bando, sí, pero hemos de tener cuidado para no librar la lucha equivocada, pues no todos los miedos son iguales, ni los bandos tampoco. 


miércoles, 21 de octubre de 2020

La fragilidad del ser humano

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i algo ha revelado la pandemia que asola al planeta es la fragilidad del ser humano. Fragilidad ante la enfermedad, por supuesto, pero también fragilidad ante la realidad que se mantiene, en algunos aspectos, inextricable. Y es que el hombre, ya lo decía Aristóteles, tiene la necesidad de saber, de comprender el mundo que le rodea y de comprenderse a sí mismo. Se trata de una necesidad, en primera instancia, teórica, pues queremos saber por el mero afán de buscar la verdad. Pero además demandamos el conocimiento por su utilidad, porque solo desde el conocimiento certero de la realidad se pueden afrontar con cierta esperanza de éxito algunos de los problemas de la humanidad, entre los que las enfermedades que tanto dolor han causado a lo largo de la historia ocuparían un lugar destacado.  

En esta búsqueda de la verdad, el papel de la ciencia en los últimos siglos ha sido fundamental. Hasta el punto de que, ya lo hemos dicho en otras ocasiones, la ciencia moderna ha venido a sustituir en cierta medida a la religión. No es solo que la ciencia haya desplazado a la religión como forma más fiable de explicar el mundo, al menos en lo que a la realidad empírica se refiere, sino que el hombre moderno, a priori habitante de un universo postmetafísico, mantiene con la ciencia una relación similar a la que los antiguos mantenían con la religión. Si en tiempos premodernos se asumían los dogmas religiosos y se aceptaba la verdad revelada de modo inquebrantable, hoy pretendemos que la ciencia nos provea de las verdades absolutas que antaño nos proporcionaba la religión y aceptamos por lo general de forma acrítica las verdades científicas, en lo que no deja de ser un acto de fe: fe en la ciencia y en la comunidad científica, pero fe al fin y al cabo.

Esta actitud generalizada hacia la ciencia muestra la falta de cultura científica que aún existe en la sociedad actual. Pues una mínima comprensión de la ciencia permitiría entender que ésta no aspira a encontrar una verdad absoluta, incuestionable, sino que ha de conformarse con hallar, a lo sumo, una verdad objetiva, y que, en muchos casos, la objetividad de la ciencia no va más allá del acuerdo intersubjetivo entre los miembros de la comunidad científica. Es por ello que la ciencia constituye una forma de conocimiento crítica, pues asume que no se puede aceptar nada como verdadero sin que haya algún tipo de evidencia que lo respalde y que los hallazgos, teorías y procedimientos han de estar continuamente sometidos a la revisión y al análisis crítico. Hoy, atemorizada ante el avance de la pandemia, la sociedad le pide a la ciencia soluciones inmediatas que no puede ofrecer, pues la ciencia es limitada; es metódica, empírica y crítica, pero no es mágica y por ello, precisamente, es mucho más eficaz que la magia o la religión, y es, con todas sus limitaciones, el mejor recurso que tenemos para luchar contra el Covid-19, aunque no podamos asegurar que finalmente consiga vencer al virus y, desde luego, sea incapaz de poner fin a la fragilidad del ser humano.