jueves, 17 de junio de 2021

Vergonzosamente ausentes (1)

E

l pasado viernes, 4 de junio, Celia Torres publicaba un artículo en El Español en el que se interrogaba por los motivos por los que, todavía hoy, las mujeres siguen ausentes del programa de Filosofía en la EBAU. Para responder a esta cuestión la autora del artículo recoge las voces de algunas filósofas españolas, investigadoras, profesoras de Universidad o de Enseñanza Secundaria, algunas de reconocido prestigio, como Concha Roldán o Marina Garcés y otras que, sin ser tan conocidas, están llevando a cabo una importante labor en la tarea de reivindicar la presencia de las mujeres en los espacios académicos en general y en el Bachillerato y la EBAU en particular. De hecho, el motivo del artículo fue la presentación, ese mismo día, de la recogida de firmas para que al menos una filósofa figure entre los contenidos de la EBAU, ahora que hay una nueva ley de Educación en ciernes.

            Entre las distintas declaraciones recogidas, hay una que me ha llamado poderosamente la atención, la de Xuxa Alemany, a quien la autora presenta como “profesora de Filosofía en un centro educativo de la Comunitat Valenciana”, que se queja de la ausencia de filósofas no solo en los temarios de Bachillerato sino incluso en los programas de Filosofía de las universidades. Y es que, según dice Alemany, estudió la carrera hace aproximadamente 20 años en la Universidad de Valencia y nunca oyó hablar de ninguna. Yo estudié la carrera de Filosofía en la Universidad de La Laguna hace unos 30 años y entonces eran frecuentes en distintas materias los nombres de Victoria Camps, Celia Amorós, Adela Cortina, Amelia Valcárcel, Hannah Arendt, Ágnes Heller o Seyla Benhabib, intelectuales de una talla tan incontestable que me resulta incomprensible que en alguna universidad española en la que se estudie Filosofía no se nombraran nunca. Quiero pensar, aunque lo desconozco, que a día de hoy este error ha sido ya corregido.

        Cuestión distinta, a mi juicio, es la presencia de las mujeres en la EBAU. Si nos ceñimos a Canarias, son cinco los autores principales del temario, Platón, Aristóteles, Kant, Marx y Nietzsche, y al menos otros 15, entre los que se encuentran Rosa Luxemburgo y Simone de Beauvoir, los que el alumnado debe preparar en menor profundidad y siempre en relación con los anteriores. En las reuniones de coordinación de la EBAU del profesorado de Filosofía en las Islas, este asunto ha sido tema de debate durante años. Y por más que la ausencia de mujeres entre los autores principales resulte chocante, no es tan fácil de resolver. Pues por importante que sea la aportación de algunas filósofas, ¿alguien cree que deberíamos quitar a Platón o a Aristóteles para incluir a Hipatia o Hiparquia? ¿Sustituir a Kant por alguna de las modernas como Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft? ¿Apartar a Marx o a Nietzsche, del XIX, para dar cabida a Simone de Beauvoir, del XX, como se ha planteado aquí? ¿Seguro que la importancia de Beauvoir es mayor que la de Heidegger, Wittgenstein o Habermas, quienes, por otra parte, también están vergonzosamente ausentes como toda la filosofía del siglo XX? Sin duda, las filósofas deben estar presentes en la EBAU, pero ello debe ir de la mano de una remodelación total de la Filosofía en el Bachillerato, asunto éste del que habré de ocuparme en un próximo artículo. 

viernes, 11 de junio de 2021

Tan real como cualquiera

 

U

na de las virtudes que todo español de bien ha de reconocerle al independentismo catalán es su capacidad para poner de acuerdo a las derechas hispanas (que es donde, como todo el mundo sabe, se ubican ideológicamente los españoles de bien), siempre que las derechas catalanas no se consideren derechas españolas, por paradójico que esto suene. En efecto, ahora que los indultos a los líderes independentistas encarcelados parece que están al caer, el trío de Colón, el trifachito lo llaman algunos, los muy socialcomunistas, vuelve a reunirse en el mismo lugar y con la misma gente, que diría la canción, y hasta con el mismo propósito, añadiría yo, que no es otro que, además de oponerse a los indultos, intentar, por enésima vez, desestabilizar al Gobierno de coalición al que de nuevo volverán a acusar de ser ilegítimo, traidor de lesa patria, que no humanidad, y no sé yo cuántas barbaridades más, de las que, en última instancia, el responsable, además de Pedro Sánchez, seguramente es Pablo Iglesias, por más que este ya no esté en el Gobierno ni ocupe ningún cargo institucional.

Al líder del PP, Pablo Casado, le molesta que la prensa, que por algo la llaman la canalla, haya señalado que su partido vuelva a aparecer al lado de Vox, formación de la que quiso desentenderse en la fallida moción de censura. Casado acusa a los periodistas de confundir el dedo con la Luna, pues, a su juicio, en lugar de centrarse en lo importante, el presunto escándalo de los indultos, ponen el foco en los partidos políticos que acudirán a la manifestación. Estas declaraciones de Casado, como era de prever, no han sentado nada bien en los círculos mediáticos y, una vez más, son muchas las voces que no solo muestran su discrepancia sino que señalan que los líderes políticos no son quienes para criticar a los medios de comunicación. En lo que a mí respecta, no tengo nada que objetar a que los políticos critiquen a la prensa, pues ni los medios de comunicación ni los periodistas están exentos del análisis crítico, ni los políticos, por serlo, deben renegar de su derecho a la libertad de expresión, por más que no pueda compartir la opinión del líder de los populares.

Y es que, por mucho que le pese a Casado, que él haya decidido acudir a una manifestación a la que previamente Vox había confirmado su asistencia no deja de ser un hecho noticioso, así que, a este respecto, los dedos y las lunas no parece que se confundan. Por lo demás, yo diría que Casado hace bien en secundar la convocatoria contra los indultos si esa es su posición independientemente de cuáles sean los partidos con los que tenga que compartir el acto. Lo que ya no me parece tan bien es que diga que los que se oponen a los indultos son la España real, porque tal afirmación resulta excluyente y, por ende, poco democrática. En España hay muchas personas a las que los indultos no les parecen mal y eso nos las hace menos españolas ni mucho menos irreales. Este humilde columnista vocacional y aspirante a filósofo figura entre ellas y mientras Canarias siga formando parte de España, qué le vamos a hacer, seguirá siendo español, lo cual no es más que una cuestión jurídica; y por supuesto, mientras viva, español o no, seguirá siendo tan real como cualquiera. 


jueves, 3 de junio de 2021

Para no ser borregos

H

an pasado dos semanas desde que decayera el estado de alarma y, que se sepa, el apocalipsis aún no ha llegado, para alegría de la ciudadanía y decepción de quienes se apresuraron a afirmar que Pedro Sánchez, siempre tan malévolo, había dejado a los españoles a la intemperie frente al coronavirus. A pesar de que esa misma noche se congregaron en multitud de plazas de España cientos de jóvenes dispuestos a celebrar botella en mano que el estado de alarma había terminado, lo cierto es que la incidencia de la COVID sigue, dos semanas después, bajando. Lo cual es sin duda motivo de alegría pero nos debe llevar a todos a reflexionar y a más de un sesudo analista a hacer un ejercicio, siquiera sea por una vez, de la tan saludable como escasa autocrítica. Y es que tras el linchamiento mediático de los “descerebrados” que salieron a festejar por las plazas de España, la evidencia empírica lo que nos muestra es que los denostados botellones no han hecho que los contagios hayan ido al alza.

            Dicen los expertos que las aglomeraciones constituyen uno de los mayores focos de contagio de la COVID, toda vez que el virus se propaga por el aire. Sin embargo, no conozco ningún estudio que demuestre que haya habido una relación de causa efecto entre la aglomeración de personas en espacios abiertos por el motivo que sea y el incremento de la incidencia de la pandemia. Desde que el SARS-CoV-2 irrumpió en nuestras vidas, son varios los momentos en los que han tenido lugar grandes concentraciones de individuos y se diría que la evolución de la pandemia ha ido al margen de estos hechos, expandiéndose en diferentes olas con distintos momentos de subida y bajada. Desde las manifestaciones organizadas por el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, hasta las protestas en contra del encarcelamiento del rapero Pablo Hasél en Barcelona, pasando por diversas concentraciones y hasta celebraciones de logros deportivos, son muchos los momentos en los que la gente ha tomado la calle a lo largo de todos estos meses y, que se sepa, ello no ha tenido consecuencias significativas en la expansión del COVID.

        Todo ello me lleva a preguntarme si tantos meses de estado de alarma no habrán sido excesivos, si tanta restricción de las libertades básicas no habrá sido arbitraria. En su célebre ensayo ¿Qué es la Ilustración?, Immanuel Kant criticaba duramente a sus coetáneos por permanecer instalados en la minoría de edad, por no atreverse a pensar por ellos mismos, a tomar sus propias decisiones dejándose guiar por su propia razón. Más de dos siglos después, demandamos del Gobierno que piense por nosotros y hasta le pedimos que restrinja nuestra libertad en una dejación de responsabilidad impropia de una ciudadanía madura, capaz de autogobernarse, de dirigirse a sí misma como exigen los más elementales principios de la democracia. Llevamos muchos meses soportando restricciones de la libertad, toques de queda incluidos, que han supuesto de facto la suspensión de varios derechos fundamentales. Ahora que los estamos recuperando, no es el momento de lamentarse, ni mucho menos de pedir una vuelta a la tutela, sino de ejercer nuestros derechos responsablemente, con prudencia, que diría Aristóteles, pero con libertad, para que la búsqueda de la inmunidad de rebaño no nos termine de convertir en borregos. 

jueves, 20 de mayo de 2021

Si lo progresista es prohibir

L

a primavera es el tiempo en el que la vida se renueva, en el que aparecen las flores que traerán los nuevos frutos. No es de extrañar, pues, que la primavera, que la sangre altera, sea también la estación revolucionaria por antonomasia, con permiso de los nostálgicos de la Unión Soviética, para quienes, sin duda, octubre es un mes mucho más revolucionario que mayo. En rigor, son muchas las revoluciones cuyo inicio no tuvo lugar en los meses primaverales. Sin embargo, en el imaginario colectivo, se diría que la primavera es la estación más revolucionaria, acaso porque la nueva era que toda revolución promete casa mejor con esta época del año, acaso porque fue durante este tiempo de flores cuando, allá por 1871, fraguó la Comuna de París, celebrada, añorada y llorada por todos los libertarios y socialistas autogestionarios que en la historia ha habido. O tal vez sea porque, en nuestra más bien corta memoria, siga pesando aquel Mayo del 68 que habría de traer consigo una transformación cultural nada desdeñable.

    Desde entonces, mayo ha sido el mes revolucionario por excelencia. Ciertamente no fue este un movimiento que desembocara en una revolución social, en una transformación de las estructuras económicas de la sociedad: el cambio se produjo en la cultura, en eso que Marx llamaba la superestructura, pero no fue ni mucho menos un cambio menor. Pese a que se ha tildado a los jóvenes de entonces de simples hedonistas, de pequeños burgueses que solo buscaban pasarlo bien, de consentidos cuya revolución no iba más allá del sexo, droga y rock & roll, lo cierto es que la generación de los 60 transformó la sociedad encorsetada, puritana y rígida de mediados del siglo XX en una sociedad a todas luces más libre, más abierta y tolerante. Y es que el hedonismo de los rebeldes de entonces era también una reivindicación de la libertad individual, del derecho de cada uno a vivir su propia vida como estime oportuno. Por lo demás, el ambiente contestatario no se limitó a la búsqueda del placer, sino que trajo consigo la eclosión de movimientos sociales como el pacifismo, el ecologismo, el feminismo o la lucha contra el racismo.

    Hace 10 años, también en mayo, surgió el movimiento 15-M a raíz de la indignación generada por la crisis de 2008. Los jóvenes, y no tan jóvenes, de hace una década tomaron las plazas reivindicando un futuro. Indignada ante las élites económicas y políticas, ante el hecho inaudito de ser la primera generación que viviría peor que sus padres, la juventud reclamaba justicia social, el fin de la corrupción e, incluso, cambios profundos en el sistema democrático que llevaran a una democracia más plena, más directa y participativa. Hoy asistimos con asombro a la toma de las plazas por jóvenes que, aparentemente, solo buscan diversión, aun a riesgo de su salud y la de sus personas cercanas. Y nos escandalizamos por ello, olvidando que también en Sol, paradigma de plaza tomada por el 15-M, hubo buenas dosis de hedonismo y diversión, como en Mayo del 68, como en cualquier movimiento a favor de una vida mejor. El “prohibido prohibir” sesentayochista lo hemos cambiado por el “prohibido salir” de los guardianes de la salud. Y es que, quién nos lo iba a decir, hoy, en mayo de 2021, lo progresista es prohibir.   

sábado, 15 de mayo de 2021

Los debates robados

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ras la rotunda victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de la Comunidad Autónoma de Madrid, me viene a la memoria uno de los más vergonzosos episodios protagonizados por su excelsa presidenta, Isabel Díaz Ayuso, quien el pasado mes de septiembre afirmara que “Madrid es España dentro de España”. Entonces, se recordará, se criticó la puesta en escena escogida por la lideresa, con un escenario plagado de banderas españolas,  para anunciar el acuerdo al que había llegado con Pedro Sánchez para coordinar las medidas con las que combatir la pandemia en Madrid. Identificar España con Madrid se consideró, con razón, un ejemplo más del peor centralismo, una apropiación inaceptable del conjunto de España, otra de las excentricidades verbales a las que Ayuso nos tiene acostumbrados. Sin embargo, siete meses después, se diría que tanto los partidos políticos como los medios de comunicación vinieron a darle la razón a Ayuso, a juzgar por el modo en el que se desarrolló la campaña electoral y el tratamiento mediático recibido.

Tanto exceso no podía terminar bien y lo que debía ser la gran fiesta de la democracia se convirtió en un cenagal más bien poco democrático. Sabido es que nuestra democracia, al igual que el resto de las democracias modernas, por muy plena que se considere, tiene bastantes déficits, sobre todo en lo referido a las desigualdades sociales y a la escasa participación de la ciudadanía en los procesos de toma de decisiones públicas, que es lo que, en rigor, constituye, o habría de constituir, el núcleo de un régimen democrático. Que la participación en la vida pública de los ciudadanos se limite a votar periódicamente no dice mucho de nuestro sistema, pero que ya ni siquiera se pueda asistir a la confrontación de ideas por parte de los distintos líderes políticos que participan en una contienda electoral resulta incluso antidemocrático. Si encima ello se debe a una escalada de violencia inadmisible entre quienes aspiran a ser los representantes de la ciudadanía, entonces, además de antidemocrático, deviene esperpéntico.

La escalada de violencia empezó a gestarse cuando la derecha, la ultramontana y la que se suponía más moderada, se negó a aceptar la legitimidad del Gobierno de Pedro Sánchez salido de la moción de censura a Mariano Rajoy, siguió con la acusación de ilegítimo, ¡otra vez!, al Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos, por socialcomunista, bolivariano, traidor de España y no sé qué más, y terminó por explotar, como hemos visto, en la campaña electoral madrileña. El “comunismo o libertad” de Ayuso, desde luego, no ayudó, pero la insistencia de Pablo Iglesias en su misión autoimpuesta de salvarnos del fascismo, tampoco. Y es que, seamos serios, ni el Gobierno de coalición es una amenaza para la libertad, no más que cualquier otro gobierno democrático, ni Vox es, en rigor, un partido fascista, por más que su candidata, Rocío Monasterio, con sus maneras monjiles, se negara a tomarse en serio las cartas y las balas. De estas elecciones nos queda la incontestable victoria de Ayuso que ya es el PP dentro del PP; pero también, ¡ay!, las malas mañas de los candidatos que incendiaron la campaña y hasta robaron a la ciudadanía los debates electorales.