miércoles, 14 de julio de 2021

A vueltas con la meritocracia

 

E

n la utopía liberal, cada individuo habrá de disponer de las mismas oportunidades para prosperar social y económicamente en función, únicamente, de sus méritos y capacidades. Esto mismo es lo que señala Kant en Hacia la paz perpetua, cuando establece la igualdad jurídica como el segundo de los principios sobre los que debe sustentarse la constitución republicana: “Solo la constitución establecida de conformidad con los principios, primero de la libertad de los miembros de una sociedad (en cuanto hombres), segundo, de la dependencia de todos respecto a una única legislación común (en cuanto súbditos); y tercero, de conformidad con la ley de la igualdad de todos los súbditos (en cuanto ciudadanos), la única que deriva de la idea del contrato originario y sobre la que deben fundarse todas las normas jurídicas de un pueblo, es republicana”. En opinión de Kant, si la ley es la misma para todos y obliga a todos por igual, tal como establece el segundo principio, entonces las desigualdades sociales ya no serían responsabilidad del Estado, sino que derivarían de las diferencias de mérito y capacidad entre los individuos.

            Esta concepción meritocrática de la justicia distributiva se remonta, como mínimo, a Aristóteles, quien, como es sabido, considera que el reparto de los bienes, para que sea justo, ha de ser proporcional a los méritos. Así lo señala el Estagirita en la Ética a Nicómaco, su más importante tratado de filosofía moral, donde se puede leer: “En efecto, la justicia distributiva de lo que es común está siempre de acuerdo a la proporción que hemos explicado: incluso si la distribución se hace sobre bienes comunes a varios se hará siempre en la proporción en que estén las contribuciones aportadas”. De ahí que, al menos en lo que a la justicia distributiva se refiere, en general se admita que para Aristóteles lo justo no es el reparto igualitario de los bienes sino el reparto proporcional a los méritos. La justicia, entonces, estaría más vinculada al concepto de proporción que al de estricta igualdad. Y acaso sea esta la razón por la que se tienda a contraponer meritocracia con igualitarismo.

            Sin embargo, es conveniente tener en cuenta que, tal como ha señalado el filósofo Ernst Tugendhat, incluso una concepción de la justicia distributiva como la aristotélica está fuertemente vinculada al concepto de igualdad, pues si la distribución de los bienes ha de ser proporcional a los méritos, resulta evidente que a quienes aporten iguales méritos habrán de corresponderles iguales bienes, si no se quiere incurrir en una injusticia flagrante. De donde se desprende que la oposición entre meritocracia e igualitarismo no es del todo acertada. La crítica que cabría hacer a la meritocracia, la que yo suscribiría al menos, no iría tanto contra la meritocracia en sí, cuya equiparación con la justicia también sería discutible, sino que estaría dirigida ante todo contra la falsa meritocracia que se presenta como auténtica en el capitalismo real, el cual dista mucho de la utopía liberal. Pues es un hecho que la desigualdad extrema es una realidad, y si ya resulta difícil creer que la riqueza de unos pocos se deba en general a sus méritos, se me antoja del todo impensable que la pobreza de los más desfavorecidos se deba fundamentalmente a que no se esfuerzan lo suficiente.

viernes, 25 de junio de 2021

Existencialismo y meritocracia

 

E

n su célebre ensayo titulado El existencialismo es un humanismo, Jean-Paul Sartre señala que “el hombre es libertad”. Ello es así, nos dice el filósofo existencialista, porque en el ser humano “la existencia precede a la esencia”, lo que viene a significar que el hombre no dispone de una naturaleza que lo defina y, por lo tanto, tiene que definirse a sí mismo, tiene que hacerse a sí mismo. Así, pues, el hombre, primero existe y luego se define, por lo que el ser humano no es otra cosa que proyecto. Cada uno de nosotros debe por lo tanto decidir quién quiere ser, y habrá de construirse a sí mismo, de realizarse como proyecto, a base de elecciones. Es por ello por lo que Sartre concluye que “el hombre está condenado a ser libre”. En efecto, no podemos escapar de nuestra libertad, puesto que, lo queramos o no, tenemos que elegir, y si elegimos no elegir, ello sería ya una elección.

En opinión de Antonio Perdomo Betancor, esta concepción antropológica según la cual lo característico de la condición humana es la libertad vendría a ser incompatible con las tesis que cuestionan la meritocracia, tal como el propio columnista señala en un artículo titulado precisamente “La negación de la meritocracia”, publicado en La Provincia / Diario de Las Palmas el pasado 8 de junio. Perdomo Betancor critica la posición sostenida por el filósofo Michael J. Sandel, quien en su último libro, La tiranía del mérito, afirma que la posición social que ocupa un individuo, incluso en las consideradas sociedades abiertas, no se debe tanto a los méritos individuales sino a su origen social. Y en opinión de Perdomo Betancor, negar la meritocracia supone arrebatarle al ser humano su condición de sujeto moral y reducirlo a mero objeto, desposeído de su naturaleza, sometido a una suerte de “determinismo rígido” incapaz de llevar a cabo ninguna elección.

En alguna otra ocasión he defendido que, tal como señala Sartre, lo característico de la condición humana, más que de la naturaleza humana, es la libertad. Pero ello, contrariamente a lo que piensa Perdomo Betancor, no implica aceptar sin más la defensa de la meritocracia que, en el fondo, no es sino una justificación de las desigualdades sociales y, en última instancia, de los privilegios de las clases más favorecidas, con lo que, en el colmo de la indignidad, se le atribuye a los pobres la responsabilidad de su pobreza. Cuando Sartre afirma que “el hombre está condenado a ser libre”, no se refiere, ni mucho menos, a que la posición social que cada uno ocupe se deba a sus elecciones y, en definitiva, a sus méritos. Sino que alude al hecho universal de que el ser humano, al no disponer de una naturaleza que lo defina, tiene que elegir cómo actuar, tiene que ajustar su comportamiento a la situación. Por lo tanto, lo que se debe a sus propias elecciones es lo que cada individuo es, no el puesto que ocupa en la escala social que, en buena medida, le viene dado.  

miércoles, 23 de junio de 2021

Vergonzosamente ausentes ( y 2)

 

A

ntes de la ley Wert, la Lomce, que pronto será sustituida por la Lomloe, la ley Celaá, la filosofía estaba presente en 4º de ESO, donde se impartía Ética (Educación Ético-Cívica en los últimos años), Filosofía I, en 1º de Bachillerato, y Filosofía II, en realidad Historia de la Filosofía, en 2º de Bachillerato. Además existía la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos en 2º de la ESO, materia que desapareció con la aplicación de la ley Wert, pero que en Canarias, con buen criterio, se siguió impartiendo en 3º como asignatura de libre configuración autonómica. La filosofía de 1º de Bachillerato se mantuvo como materia común y la Historia de la Filosofía quedó reducida a una optativa en el itinerario de Humanidades y Ciencias Sociales. Las reivindicaciones del gremio filosófico consiguieron que el Congreso de los Diputados acordara por unanimidad establecer un ciclo de tres cursos de presencia de la filosofía, con Ética en 4º de ESO, Filosofía en 1º de Bachillerato e Historia de la Filosofía en 2º de Bachillerato, todas con carácter obligatorio para la totalidad del alumnado en cada curso.

            Como se ve, lo acordado no es sino que la filosofía vuelva a la situación en la que se encontraba antes de la ley Wert. Sin embargo, como ya se ha denunciado en varias ocasiones, el Gobierno no ha cumplido con el compromiso adquirido: la ministra Celaá se ha olvidado de manera vergonzosa del retorno de la Ética a 4º de la ESO. A mi juicio, la Ética, en tanto que reflexión filosófica sobre la moral, para que nadie se confunda, es fundamental en la enseñanza básica, para que todo el alumnado disponga de una mínima formación que le permita reflexionar de forma autónoma sobre qué valores y convicciones morales está dispuesto a asumir. Esto es algo que, en última instancia, le corresponde decidirlo al individuo en el fuero interno de su conciencia, pero el sistema educativo debe proporcionarle las herramientas necesarias (reflexivas, procedimentales, filosóficas), para poder llevar a cabo esa tarea en las mejores condiciones posibles, con la mayor libertad.

         En lo que al Bachillerato se refiere, creo que, una vez más, se está perdiendo una gran oportunidad para actualizar la enseñanza de la filosofía. Y es que, tal como ha estado planteada desde hace décadas, resulta muy complicado mantener una mínima continuidad entre ambos niveles. Además, la materia de 2º queda reducida a un puñado de autores, lo que encorseta la asignatura y limita la autonomía del profesorado, siempre deseable y más si se trata de una disciplina cuyo sentido último no es otro que fomentar el pensamiento crítico. Es por ello que yo propondría, y así lo he venido defendiendo desde hace años en los foros filosóficos en los que alguna vez he participado, quitar la Historia de la Filosofía y trabajar en los dos cursos por bloques temáticos. Muy básicamente, un bloque introductorio y filosofía teórica en 1º, y filosofía práctica en 2º. Ello posibilitaría una mayor flexibilidad a la hora de elegir los autores a partir de los cuales abordar las distintas cuestiones, lo que permitiría, a su vez, la introducción de la filosofía de los siglos XX y XXI y de las filósofas en 2º de Bachillerato y en la EBAU, hoy, ya lo decíamos en nuestra última entrega, vergonzosamente ausentes. 

jueves, 17 de junio de 2021

Vergonzosamente ausentes (1)

E

l pasado viernes, 4 de junio, Celia Torres publicaba un artículo en El Español en el que se interrogaba por los motivos por los que, todavía hoy, las mujeres siguen ausentes del programa de Filosofía en la EBAU. Para responder a esta cuestión la autora del artículo recoge las voces de algunas filósofas españolas, investigadoras, profesoras de Universidad o de Enseñanza Secundaria, algunas de reconocido prestigio, como Concha Roldán o Marina Garcés y otras que, sin ser tan conocidas, están llevando a cabo una importante labor en la tarea de reivindicar la presencia de las mujeres en los espacios académicos en general y en el Bachillerato y la EBAU en particular. De hecho, el motivo del artículo fue la presentación, ese mismo día, de la recogida de firmas para que al menos una filósofa figure entre los contenidos de la EBAU, ahora que hay una nueva ley de Educación en ciernes.

            Entre las distintas declaraciones recogidas, hay una que me ha llamado poderosamente la atención, la de Xuxa Alemany, a quien la autora presenta como “profesora de Filosofía en un centro educativo de la Comunitat Valenciana”, que se queja de la ausencia de filósofas no solo en los temarios de Bachillerato sino incluso en los programas de Filosofía de las universidades. Y es que, según dice Alemany, estudió la carrera hace aproximadamente 20 años en la Universidad de Valencia y nunca oyó hablar de ninguna. Yo estudié la carrera de Filosofía en la Universidad de La Laguna hace unos 30 años y entonces eran frecuentes en distintas materias los nombres de Victoria Camps, Celia Amorós, Adela Cortina, Amelia Valcárcel, Hannah Arendt, Ágnes Heller o Seyla Benhabib, intelectuales de una talla tan incontestable que me resulta incomprensible que en alguna universidad española en la que se estudie Filosofía no se nombraran nunca. Quiero pensar, aunque lo desconozco, que a día de hoy este error ha sido ya corregido.

        Cuestión distinta, a mi juicio, es la presencia de las mujeres en la EBAU. Si nos ceñimos a Canarias, son cinco los autores principales del temario, Platón, Aristóteles, Kant, Marx y Nietzsche, y al menos otros 15, entre los que se encuentran Rosa Luxemburgo y Simone de Beauvoir, los que el alumnado debe preparar en menor profundidad y siempre en relación con los anteriores. En las reuniones de coordinación de la EBAU del profesorado de Filosofía en las Islas, este asunto ha sido tema de debate durante años. Y por más que la ausencia de mujeres entre los autores principales resulte chocante, no es tan fácil de resolver. Pues por importante que sea la aportación de algunas filósofas, ¿alguien cree que deberíamos quitar a Platón o a Aristóteles para incluir a Hipatia o Hiparquia? ¿Sustituir a Kant por alguna de las modernas como Olympe de Gouges o Mary Wollstonecraft? ¿Apartar a Marx o a Nietzsche, del XIX, para dar cabida a Simone de Beauvoir, del XX, como se ha planteado aquí? ¿Seguro que la importancia de Beauvoir es mayor que la de Heidegger, Wittgenstein o Habermas, quienes, por otra parte, también están vergonzosamente ausentes como toda la filosofía del siglo XX? Sin duda, las filósofas deben estar presentes en la EBAU, pero ello debe ir de la mano de una remodelación total de la Filosofía en el Bachillerato, asunto éste del que habré de ocuparme en un próximo artículo. 

viernes, 11 de junio de 2021

Tan real como cualquiera

 

U

na de las virtudes que todo español de bien ha de reconocerle al independentismo catalán es su capacidad para poner de acuerdo a las derechas hispanas (que es donde, como todo el mundo sabe, se ubican ideológicamente los españoles de bien), siempre que las derechas catalanas no se consideren derechas españolas, por paradójico que esto suene. En efecto, ahora que los indultos a los líderes independentistas encarcelados parece que están al caer, el trío de Colón, el trifachito lo llaman algunos, los muy socialcomunistas, vuelve a reunirse en el mismo lugar y con la misma gente, que diría la canción, y hasta con el mismo propósito, añadiría yo, que no es otro que, además de oponerse a los indultos, intentar, por enésima vez, desestabilizar al Gobierno de coalición al que de nuevo volverán a acusar de ser ilegítimo, traidor de lesa patria, que no humanidad, y no sé yo cuántas barbaridades más, de las que, en última instancia, el responsable, además de Pedro Sánchez, seguramente es Pablo Iglesias, por más que este ya no esté en el Gobierno ni ocupe ningún cargo institucional.

Al líder del PP, Pablo Casado, le molesta que la prensa, que por algo la llaman la canalla, haya señalado que su partido vuelva a aparecer al lado de Vox, formación de la que quiso desentenderse en la fallida moción de censura. Casado acusa a los periodistas de confundir el dedo con la Luna, pues, a su juicio, en lugar de centrarse en lo importante, el presunto escándalo de los indultos, ponen el foco en los partidos políticos que acudirán a la manifestación. Estas declaraciones de Casado, como era de prever, no han sentado nada bien en los círculos mediáticos y, una vez más, son muchas las voces que no solo muestran su discrepancia sino que señalan que los líderes políticos no son quienes para criticar a los medios de comunicación. En lo que a mí respecta, no tengo nada que objetar a que los políticos critiquen a la prensa, pues ni los medios de comunicación ni los periodistas están exentos del análisis crítico, ni los políticos, por serlo, deben renegar de su derecho a la libertad de expresión, por más que no pueda compartir la opinión del líder de los populares.

Y es que, por mucho que le pese a Casado, que él haya decidido acudir a una manifestación a la que previamente Vox había confirmado su asistencia no deja de ser un hecho noticioso, así que, a este respecto, los dedos y las lunas no parece que se confundan. Por lo demás, yo diría que Casado hace bien en secundar la convocatoria contra los indultos si esa es su posición independientemente de cuáles sean los partidos con los que tenga que compartir el acto. Lo que ya no me parece tan bien es que diga que los que se oponen a los indultos son la España real, porque tal afirmación resulta excluyente y, por ende, poco democrática. En España hay muchas personas a las que los indultos no les parecen mal y eso nos las hace menos españolas ni mucho menos irreales. Este humilde columnista vocacional y aspirante a filósofo figura entre ellas y mientras Canarias siga formando parte de España, qué le vamos a hacer, seguirá siendo español, lo cual no es más que una cuestión jurídica; y por supuesto, mientras viva, español o no, seguirá siendo tan real como cualquiera.