martes, 4 de enero de 2022

Entre la dignidad y el mindfulness

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na persona que hasta no hace mucho consideraba relativamente cercana y a la que ahora tengo por amiga, cuyo nombre no voy a mencionar por respeto a su intimidad pero que a buen seguro se reconocerá cuando lea este artículo, me comentaba el otro día que el mindfulness tiene la virtud de hacer a quienes lo practican más eficaces y eficientes. Reconozco que mi conocimiento del mindfulness es escaso, pues apenas he asistido a alguna que otra charla en la que, muy básicamente, se explicó en qué consiste. Pero hay algo con lo que no puedo transigir y es esa exigencia de suspender el juicio y aceptar la realidad. Y es que la suspensión del juicio equivale a no pensar, lo cual, para alguien como yo, adepto al pensamiento crítico, aspirante a filósofo y columnista vocacional, resulta más bien inasumible. Además, la aceptación de la realidad invita a la pasividad, tan propia de las místicas orientales, de las que en parte deriva el mindfulness, en las que se aboga por la disolución del yo.

Esta propensión a conformarse con la realidad en lugar de intentar transformarla no es ajena a la tradición filosófica occidental, incluso a la más dada a exaltar la razón. El propio Hegel, para quien lo real es el espíritu infinito, ahí es nada, ya señaló que todo lo racional es real y todo lo real es racional, de suerte que el deber ser, el mundo tal como debería ser desde la perspectiva de nuestros valores, se resuelve en el ser, el mundo tal como es. De este modo, no se puede distinguir entre lo que es y lo que debería ser, ni siquiera entre lo que hay y lo que no debería haber, pues todo lo que existe estaba llamado a existir por mor del despliegue dialéctico, racional, del espíritu. Y lo que es aún peor, se concede racionalidad a lo que desde el punto de vista de la razón práctica, la racionalidad moral, no puede tenerla, pues la barbarie no puede considerarse racional desde un punto de vista moral, por más que lo pueda ser desde la perspectiva de la racionalidad formal o instrumental.

Será precisamente Marx, el más conspicuo de los discípulos de Hegel, quien se rebele con vehemencia contra la aceptación de lo real por parte del pensamiento. Y es que para Marx, si la filosofía ha de tener una finalidad es la de transformar la realidad, tal como dejó escrito en su celebérrima XI tesis sobre Feuerbach. Esta vocación transformadora es la que, a mi juicio, el mindfulness contradice y de ahí, lo decíamos antes, mis recelos. Mas si a ello le sumamos que nos hace más eficaces y eficientes, entonces se diría que se trata de un nuevo modo de alienación que arrebata al ser humano su condición de sujeto para reducirlo a objeto. Pues está bien que empleemos los medios más eficaces y eficientes para alcanzar nuestros fines, pero no que nos tornemos nosotros mismos en meros medios, que es lo que proscribe la segunda formulación del imperativo categórico kantiano. Y es que para Kant el ser humano ha de ser tratado siempre como el fin en sí mismo que es, porque tiene dignidad y no precio, que es lo que, a mi modo de ver, el mindfulness podría poner en entredicho. 

lunes, 27 de diciembre de 2021

Una defensa de la Ética

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n alguna otra ocasión me he referido al hecho de que vivimos en una sociedad que parece obsesionada con la felicidad. Una obsesión que, paradójicamente, lleva a muchas personas a ser profundamente infelices. No hay, a mi modo de ver, un único modo de ser feliz, pero yo diría que la que parece ser la concepción hegemónica hoy en día es profundamente errónea. Identificar la felicidad con el éxito económico, profesional o social genera más frustración que auténtica felicidad. Si a ello le añadimos que casi nadie aparenta estar interesado en la vida buena sino más bien en demostrar a los demás lo feliz que se es y lo bien que le va en la vida, entonces no es de extrañar que haya tantas personas sumidas en procesos depresivos. Si tomamos como modelo al hombre o a la mujer de éxito, con dinero, reconocimiento social, deslumbrante en el trabajo o en los negocios, inteligente, brillante y físicamente atractivo, el resultado es que aspiraremos a ser no ya lo que no somos, sino lo que no podemos ser, al menos la inmensa mayoría de nosotros.

La búsqueda de la felicidad, de la vida buena, es algo que preocupa a los seres humanos desde la Antigüedad. No en vano constituye el asunto central de las éticas premodernas y el propio Aristóteles ya señaló que la vida buena, la eudaimonía, constituye el fin último del hombre. Mas Aristóteles entendió que la verdadera felicidad no puede consistir ni en el placer, ni en el dinero ni en el honor o la gloria, pues si la felicidad es el fin último del ser humano, esta habrá de consistir necesariamente en el ejercicio continuado de la actividad propia del hombre. Y puesto que el rasgo distintivo del ser humano es la razón, entonces, la verdadera felicidad habrá de consistir en el ejercicio continuado de la razón, en dedicarse a lo que Aristóteles llamaba la actividad teórica o la contemplación. Lo que viene a significar que el ser humano es verdaderamente feliz cuando se realiza a través de la búsqueda del conocimiento y la verdad.

Seguramente no todo el mundo haya de sentirse realizado dedicándose a la vida contemplativa, pero el solo hecho de que se conciba la felicidad como autorrealización y no como posesión o reconocimiento hace que resulte conveniente, todavía hoy, escuchar lo que Aristóteles tiene que decir sobre este asunto, el de la felicidad, que a todo ser humano ocupa y preocupa, quizás en demasía. Y es que acaso sea más importante la dignidad que la felicidad y hasta es posible que, para decirlo a la manera de Kant, lo verdaderamente relevante desde un punto de vista moral no sea tanto alcanzar la felicidad sino cumplir con nuestro deber por sentido del deber, lo que, como bien señaló el de Königsberg, no promete la felicidad pero nos hace dignos de ser felices. Todo lo cual habrá de decidirlo cada uno en su fuero interno y para ello se me antoja imprescindible que se vuelva a estudiar Ética en la Educación Secundaria Obligatoria, que es lo que el Gobierno no contempla en la nueva ley educativa, por más que los partidos que lo sustentan, junto al resto de los que forman parte del arco parlamentario, se comprometieran a ello en el Congreso de los Diputados. 

martes, 7 de diciembre de 2021

A propósito del 25 N

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l pasado jueves, como cada 25 de noviembre, se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, un tipo de violencia que, al menos desde la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing, China, en 1995, se define como “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico”. De tal definición se desprende que la expresión “violencia de género” alude fundamentalmente a la violencia que se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Y así es cómo, según creo, se ha venido sosteniendo por parte del feminismo desde hace años. El matiz “por el hecho de ser mujeres” no es trivial, pues resulta fundamental para comprender en qué consiste la violencia machista. Otra cosa es que, desde algunos feminismos, la violencia de género se haya querido diferenciar de la violencia contra la mujer para incluir en la primera expresión la que se puede ejercer contra las personas del colectivo LGTBI.

No es mi intención, en cualquier caso, entrar ahora en el debate interno del feminismo con respecto a esta cuestión, pues lo que me interesa hoy es reflexionar sobre el alcance de la violencia contra las mujeres por el hecho de serlo, independientemente de si se quiere denominar violencia de género o si se prefiere entender este concepto en sentido más amplio. El término de la expresión sobre el que quiero detenerme, entonces, es el de “violencia”. Y es que la violencia se puede ejercer de muchas maneras. Es así que la más clara de ellas es la que llamamos violencia directa, que es la que tiene lugar cuando se produce una agresión física, sexual o psicológica y lamentablemente, incluso en las sociedades que se dicen respetuosas con los derechos humanos, son muchas las mujeres que sufren este tipo de violencia que alcanzaría su máxima expresión en el asesinato.

Pero además de la violencia directa, existe la que se ha dado en llamar violencia estructural, que es la que tiene lugar cuando se atenta contra los derechos humanos de los individuos. Y comoquiera que entre esos derechos humanos se hallan los civiles y políticos, pero también los económicos, sociales y culturales, entonces, cada vez que se atenta contra el derecho de un ser humano al acceso a los recursos materiales mínimos para poder llevar a cabo una vida digna, estaríamos ante un caso de violencia estructural. Un tipo de violencia que, en muchas ocasiones, bien puede ser considerado como violencia contra las mujeres o violencia de género, toda vez que mayormente son las mujeres las que ven conculcados sus derechos económicos y sociales, por más que en nuestras democracias liberales haya un reconocimiento formal de las libertades básicas y de la igualdad entre hombres y mujeres. Prueba de ello sería la tristemente célebre brecha salarial o, lo que es aún peor, el fenómeno de la feminización de la pobreza. Y tengo para mí que el 25 N es un día para reivindicar el imperativo moral de eliminar este tipo de violencia y no solo la violencia física, psicológica o sexual que, por descontado, también debiera ser erradicada. 

domingo, 28 de noviembre de 2021

El nacimiento de 'UPPSOE'

 

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ace ahora algo más de 10 años, el movimiento 15-M tomó las plazas y las calles de  buena parte de las ciudades españolas para mostrar su indignación ante la gestión de la crisis que nos asolaba (cuyas consecuencias aún no se han terminado de superar), en lo que ha sido el mayor movimiento contestatario en décadas. La crisis económica devino en crisis social y ésta en crisis política. No en vano, la plataforma que convocó la manifestación que derivó en la generación del 15-M llevaba por nombre Democracia Real Ya, dando por supuesto que nuestra democracia no es realmente tal. El malestar económico y social hizo que parte de la ciudadanía pusiera en tela de juicio el sistema político, una democracia que a ojos de los indignados no cumplía con unos requisitos mínimos que la hiciera digna de ese nombre. Es por ello que desde los sectores biempensantes del país, élites políticas, económicas y mediáticas, no se dudó en tildar a los indignados de antisistema.

            ¿Fue el 15-M un movimiento antisistema? Si nos atenemos a la definición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia, según el cual antisistema significa “contrario al sistema social o político establecidos”, parece claro que el 15-M fue un movimiento antisistema. Y es que, en el ámbito político, pretendía transformar la democracia liberal representativa en una democracia más genuina, más deliberativa, participativa y directa, y en el ámbito socioeconómico, abogaba por una sociedad más justa, en la que todas las personas tuvieran acceso a los recursos materiales mínimos para llevar a cabo una vida digna y donde, en suma, los seres humanos fueran siempre tratados como sujetos y nunca como meros objetos, que es lo que se desprende de aquel célebre lema de Democracia Real Ya: “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Mas si el término antisistema se usa en sentido peyorativo como sinónimo de antidemocrático o violento, entonces resulta evidente que el 15-M no fue en ningún caso un movimiento antisistema, pues tanto las proclamas como las reivindicaciones de los indignados casarían bien con lo que se ha dado en llamar democracia radical.

            Una década después se diría que no ha habido cambios sustanciales en la realidad social española, más allá de la irrupción de Podemos, aquel partido que en buena medida era heredero del movimiento 15-M, hoy asociado a Izquierda Unida y parte del Gobierno. Es por ello que en la actualidad sigue siendo tan necesario como entonces el ejercicio del pensamiento crítico contra el poder económico y el poder político,  por más que las élites se empeñen en calificar, más bien descalificar, como antisistema (en el sentido despectivo de antidemocrático) a cualquier movimiento o idea que pueda poner en tela de juicio el poder establecido. Si entonces el objeto de las críticas eran la banca y las grandes multinacionales, en la esfera económica, y lo que se dio en llamar el PPSOE, en el plano político, tengo para mí que ahora, como destinatarios de la crítica, convendría sumar a las grandes compañías energéticas y también, ay, a Unidas Podemos. Y es que tras lo acontecido en el Congreso en relación a la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional, solo queda la indignación ante el nacimiento de ‘UPPSOE’ que, por descontado, hoy como ayer, no me representa.

jueves, 4 de noviembre de 2021

La realidad es dialéctica

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abido es que una proposición no puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo. Esto es, al menos, lo que viene a decir el principio de no contradicción formulado por Aristóteles en el siglo IV antes de Cristo. Para ser algo más precisos, el principio de marras señala que si una proposición es verdadera su contraria no puede serlo en el mismo sentido. Se trata de uno de los principios lógicos elementales, del que se deriva el principio del tercero excluido, según el cual, dada una proposición y su contraria, una de las dos, y solo una, ha de ser verdadera, y no hay cabida para una tercera opción. El principio de no contradicción tiene una variante ontológica según la cual nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Las cosas, ya se sabe, o son, o no son. Uno tiende a pensar que estos principios, tanto en su versión lógica como ontológica, siguen teniendo validez hoy en día. Sin embargo, en ocasiones, se diría que la realidad los niega.

El principio de no contradicción, en su variante ontológica, casa bien con aquel otro que nos dejara Parménides en su poema del ser, donde el eleata nos dice que solo el ser es y es imposible que no sea; el no ser, por tanto, ni es ni puede llegar a ser. Lo que más o menos quiere significar lo que popularmente decimos cuando afirmamos que lo que es es y lo que no es no es. La conclusión a la que llega Parménides es que el ser es uno, único, eterno e inmutable, lo que hoy en día es difícil de sostener, pues la realidad se nos antoja a todas luces cambiante. Más plausible parece entonces el planteamiento de Heráclito, quien ya nos advertía de la imposibilidad de bañarnos dos veces en el mismo río. En efecto, la realidad, a juicio del de Éfeso, es cambiante, pues todo fluye y nada permanece. Y ello es así porque, según el Oscuro, que es como lo conocían, la realidad es dialéctica, una unidad formada por contrarios.

¿Es la realidad estática o cambiante? ¿Coherente o contradictoria? Si seguimos el principio de no contradicción, la realidad debería ser coherente; sin embargo, las contradicciones abundan por doquier. Acaso la realidad sea coherente en lo que a la naturaleza se refiere y contradictoria en lo relativo al ser humano. Pues lo que ofrece pocas dudas es que, en el ámbito social, no digamos ya el político, la realidad se despliega dialécticamente en múltiples contradicciones. ¿Cómo entender si no que sea precisamente Vox, el nostálgico del franquismo, el partido que se haya erigido en guardián de los derechos humanos a la luz de las sentencias, tres ya, del Tribunal Constitucional que le han dado la razón? ¿Cómo comprender que el PSOE y el PP se pongan de acuerdo para configurar a su antojo las más altas instituciones del Estado, incluidas, cómo no, las que atañen al poder judicial, y al mismo tiempo sigan defendiendo la separación de poderes como uno de los principios básicos de la democracia, si no es porque la realidad es dialéctica?