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l creciente
escándalo generado por las presuntas ilegalidades cometidas por el rey emérito,
Juan Carlos I, ha hecho que la monarquía vuelva a estar bajo sospecha y que el
debate en torno a si en democracia tiene sentido la existencia de un rey se
haya vuelto a abrir en el seno de la opinión pública española. Y ello es así
por más que los defensores a ultranza de la monarquía se empeñen en que si se
llegara a demostrar que, en efecto, Juan Carlos I llevó a cabo las acciones
ilegales que se le atribuyen, esto solo podría afectar al rey emérito pero no a
Felipe VI, ni mucho menos a la institución monárquica como tal. No quieren, los
monárquicos, ni que se debata sobre la posibilidad de abolir la monarquía en
España, pero en su argumentación olvidan que si Juan Carlos I pudo cometer tan
deplorables actos, fue precisamente gracias a su condición de rey: es la
existencia de la monarquía y la inviolabilidad del rey lo que genera las
condiciones de posibilidad de que el
jefe del Estado pueda actuar impunemente.
Desde un punto de vista teórico,
resulta evidente que la monarquía es incompatible con la democracia. Ello es
así porque la democracia consiste, no nos cansaremos de repetirlo, en el autogobierno
de los ciudadanos, al objeto de garantizar dos principios fundamentales que dan
sentido a la democracia y sin los cuales esta no se puede realizar: la libertad
de los individuos y la igualdad entre los mismos, empezando por la igualdad
ante la ley. Y son estos principios los que la monarquía contradice y hacen que
sea, por su propia naturaleza, una institución antidemocrática, por más que,
huelga decirlo, entre los Estados democráticos realmente existentes los haya
monárquicos: España, Gran Bretaña o Bélgica serían algunos ejemplos. Se
trataría, entonces, de democracias que entre sus déficits democráticos cuentan
con la existencia de la monarquía, principio antidemocrático donde los haya.
No obstante lo dicho, lo cierto es
que muchas personas se consideran demócratas y al mismo tiempo son monárquicas,
por más que ello resulte incomprensible: ¿qué lleva a un individuo a aceptar de
buen grado, incluso a defender, la permanencia de derechos de nacimiento, la
superioridad de otro individuo por su pertenencia a un linaje? Muchos de estos
demócratas monárquicos se definen además como liberales, obviando la dificultad
que hay para encajar los principios del liberalismo con la monarquía. Pero el
colmo, en España al menos, son esos socialistas monárquicos que habitan en las
distintas estancias del PSOE. Para ser justos, hay que decir que no se
consideran monárquicos de convicción sino de conveniencia, por lo que durante
décadas se llamaron a sí mismos juancarlistas
y una vez que tuvo lugar la abdicación, sin definirse como felipistas, han seguido abrazando la monarquía por una cuestión,
dicen, de pragmatismo. Me pregunto qué razones se pueden seguir esgrimiendo
para no aceptar de una vez que la realísima institución constituye un obstáculo
para el avance de la democracia y que lo más conveniente, en sentido tanto
teórico como práctico, sería abolir la monarquía.